"Monstruos de pueblo chico", editada por Galerna Infantil, da una vuelta al clásico refrán con un "Cada uno tiene el monstruo que se merece".

José María Marcos narra la historia de Mariano Gabriel González que decide volver a su pueblo natal, Uribelarrea, en la provincia de Buenos Aires para alejarse de la ciudad y reencontrarse con su raíces.  Sin embargo, también descubrirá que heredó un monstruo; en un pueblo en el que corre el rumor que cada familia tiene asignado el suyo.

Marcos retoma de manera hábil el engranaje que une la posibilidad de lo imaginado y lo "real". Con un estilo que si bien está pensando para niños no cae en la condescendencia de hacer del lenguaje algo más simple sino que, con imágenes detalladas, logra una trama adictiva.

Un lector atento podrá deducir las historias propias junto con las lecturas del autor que dialogó con nosotros.

—Puede intuirse, por ejemplo con la elección de tu pueblo natal o la presencia de las esculturas de la artista Regina Bigiotti, una pincelada autobiográfica en tu novela. ¿Cómo nació la historia?

José María Marcos (JMM)— En este momento estoy del bando de los que piensan que mayormente la literatura es autobiográfica, con proyecciones certeras o muy distorsionadas de nosotros mismos. A veces, dotamos al protagonista de algo nuestro, a veces nos sentimos más cercanos de un personaje secundario o de un testigo, o, tal vez, de la voz narradora. Robamos, además, virtudes o defectos de familiares, amigos o conocidos, para inoculárselas a alguna de nuestras creaciones. En ocasiones lo hacemos a conciencia y otras sin darnos cuenta.

Como dijo alguna vez Ernest Hemingway, el escritor es el único culpable que se presenta a declarar sin que lo hayan citado. Yendo puntualmente al libro, trabajé abiertamente con elementos de mi propia historia: el pueblo, sus vecinos, lo que sucede actualmente allí con el turismo rural, el barrio de Almagro (donde vivo hoy), mi kiosquero, etcétera. Todo esto se articuló en torno a una obra de la artista plástica Regina Bigiotti (compuesta por cincuenta rostros inspirados en el Martín Fierro), amiga de mi familia, que tengo muy asociada a mi infancia. Cuando de chico iba a la casa de Regina con mis padres, no podía dejar de ver esos rostros, con una mezcla de fascinación y cierto temor por el silencio, sus miradas y la rudeza de los gestos. Al escribir esta historia, evoqué aquel encanto y traté de cruzarlo con la idea de que siempre que hablamos de literatura hablamos de máscaras que enuncian lo que somos, lo que queremos ser y lo que somos para los otros. También los monstruos funcionan como máscaras o espejos.

Las máscaras de Regina Bigiotti

—Las citas al Martín Fierro juegan un rol central en la historia ¿Por qué elegiste trabajar con ese clásico?

JMM— Amo el Martín Fierro. Me parece fascinante la trama, los personajes, las reflexiones, toda la pintura que hace de una época, con sus correcciones y sus incorrecciones. Creo que es una obra que puede ser muy divertida e inspiradora para cualquier edad, y estoy a favor de desacralizar estos grandes textos para que tengan nuevos lectores. Adoro, también, la literatura gauchesca en general, el arte de los payadores y los cantores sureros, y esto aparece en el libro.


—En tu texto hay una clara mención a Edgard Allan Poe, incluso lo nombrás,  en ese juego como en “El corazón delator” o “El gato negro” sobre qué es real y qué es producto de la locura o un sueño ¿a quién(es) más tomarías como referente(s)?

JMM—Edgard Allan Poe es un referente al que de vez en cuando todos los que nos gustan los cuentos de terror volvemos. Aquí me di ese gusto, además de tener muy presentes el humor de Alberto Laiseca y los relatos camperos de Julio César Castro, todo eso mezclado con los cuentos de fantasmas anglosajones y una larga tradición de leyendas tenebrosas presentes en el relato oral de las zonas rurales.



—¿Cómo encarás la diferencia —si es que hay— entre escribir terror para adultos y niños?

JMM—En un reportaje, Pablo de Santis (a quien admiro por su enorme talento e imaginación) dijo que en el fondo toda literatura es infantil. Creo que tiene razón: siempre estamos ante la construcción de un artificio, apelando a la complicidad del otro, a que durante un rato o días nos sumerjamos en una aventura, como cuando éramos niños y nos dejábamos llevar. La diferencia entre escribir para adultos y niños, en lo personal, la establezco de la siguiente manera: cuando escribo para adultos, espero que la historia me guste, me entretenga, logre ciertas atmósferas, plantee una idea o al menos una duda; en pocas palabras, que tenga ingredientes que sean atractivos, según mis gustos. Cuando encaro un proyecto juvenil, busco lo mismo, sólo que imagino a mis sobrinos (tengo casi treinta) o a sus amigos como primeros lectores, y entonces, pongo en funciones un narrador que se dirija directamente a ellos. Inevitablemente uno no habla igual con un adulto que con un niño.



—¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?

JMM—Siempre estoy tratando de escribir algo nuevo. Por lo pronto, para el año próximo está confirmado que saldrá una nueva novela infantil por Del Naranjo, en la Colección Sub-20. Y paralelamente estoy dándole los últimos retoques a una novela para adultos, que espero publicar por Muerde Muertos. Ambas tienen fantasía, horror y sobrenaturalezas varias.

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"Monstruos de pueblo chico" de José María Marcos

Galerna infantil, 2015

Ilustración de tapa Leo Batic

112 p.

Para conocer más del autor:

www.josemariamarcos.blogspot.com