"Herencia" es una palabra grande, pesada, llena de contenidos y significados que muchas veces se escurren en las historias de quienes la transitan. Un apellido es mucho y al mismo tiempo es nada. La identidad y las máscaras son parte de nuestra existencia, son una forma de protegernos y de sentir que tenemos un destino.

Esas son algunas de las ideas que el lector puede encontrarse con "Mi nombre es Jamaica" una novela, publicada por Edhasa,  con un título extraño, que no parece concordar con el inicio tan lejano en la ruta entre Tel- Aviv y Safed cuando Santiago Boroní, Tiago, enloquece y arrastra a su compañera historiadora Dana Serfati a un viaje que no es de ida sino de retorno.

Boroní busca su identidad en un mar de certezas históricas e incertidumbres producto de las emociones ante la reciente muerte de su hijo. Dana está para acompañarlo pero al mismo tiempo sacudirlo entre los parámetros de una locura que va y viene y que a veces pierde el eje y hace preguntarse al lector qué es la razón.  La voz de Diego Atuchi como personaje crece con una trama perpendicular que abre un universo lleno de detalles e historia y que se vincula con las novelas previas publicadas por el autor.

Fajardo cierra su trilogía sefardí, donde la Historia del niño de la Guardia (el supuesto asesinato ritual de un menor por judíos y conversos en España que para muchos luego llevaría a la expulsión y persecución de los mismos en 1492) implica un retorno de siglos donde la identidad y la necesidad de hallarse en el mundo juegan un rol crucial.

Con la dosis adecuada de precisiones históricas, guiños, cierto humor y permitidos, Fajardo logra una historia que se cierra sobre sí misma, incluso con las citas iniciales dando lugar a una verdad ficcional.

Dialogamos con el autor de "Mi nombre es Jamaica".

—En una entrevista reciente le contaste al periodista Juan Rapacioli que "tardaste  mucho en cerrar esto porque no te creías capaz" ¿Cómo fue encarar el proceso de escritura de "Mi nombre es Jamaica"?


José Manuel Fajardo (JMF)— El problema para mí ha sido siempre escribir literatura. Elegí empezar a trabajar como periodista para estar cerca de la escritura. Hice crítica literaria durante muchos años, pero también entrevistas, crónicas; lo fui viendo como el gran gimnasio de la lengua, ejercitar el músculo de la escritura. Aunque después la escritura periodística y la literaria sean diferentes. Yo creo que hay dos tipos de escritores en general, son categorías siempre muy arbitrarias y caprichosas, pero en mi cabeza muchas veces pienso que están aquellos que son genios desde el inicio, la infancia, están tocados por el dedo de Dios, el ejemplo máximo sería Rimbaud que a los nueve años ya tenía todo claro, de una precocidad y una brillantez inigualables.

Después hay otros escritores que tienen talento para escribir pero que necesitan trabajarlo. Desgraciadamente para mí, yo creo que pertenezco a la segunda categoría (risas). Desde muy joven sabía que tenía talento para escribir, un don para contar pero también me di cuenta que necesitaba trabajar mucho. Todos mis libros son en realidad un proceso de escritura; un proceso de aprendizaje.

Mi ambición desde el principio era escribir una novela contemporánea y al mismo tiempo histórica. Que de alguna manera transparéntase el pasaje invisible del tiempo. Todo lo que nos ha conducido a lo que hoy somos, pero no me sentía capaz de escribir esa novela. Entonces fui escribiendo otros libros, trabajando núcleos de temas, de estilos que estaba buscando.  Por eso esta idea de círculo cerrado.


—Es un círculo cerrado virtuoso como trilogía. Escribíste "Al igual que sucede con Israel, un judío no va a España, regresa"... una idea que se une directamente con Carta del fin del mundo (1996) y El Converso (1998)


JMF— Si bien son tres novelas, en Argentina ésta (Mi nombre es Jamaica) es la primera que se publica. Las novelas tratan sobre esa huella negada, abolida de la presencia judía en la identidad española, como en América Latina.  Esta novela, la tercera, transcurre en el presente con ecos del pasado. Se puede leer también como única, sin necesidad de conocer las otras. Son novelas independientes, con un tejido subterráneo.


Hablás de lo subterráneo y resulta clave la figura del "perverso doctor Ringelheim" que trastoca la locura clínica que estaría padeciendo Tiago, el personaje central, por una locura moral donde ofrecés el nudo de la trama. Locura no clínica, la ironía de los judíos como sinónimo de víctimas, ideas fuertes que atraviesan tu escrito ¿cómo surgieron?


JMF—Manejo la ironía con mucho cuidado porque los materiales son dolorosos, sensibles.  Realmente la vida adopta muchas veces esa locura, lo que nos acontece a veces es brutal. Socialmente no somos capaces de establecer un equilibrio. Justamente quería a un loco que dijera las grandes verdades, citando a Erasmo de Rotterdam. O como en Cervantes que con grandes disparates el Quijote dice verdades.


—La madre de todas las novelas...


JMF— Yo he trabajado de esa manera. Y con lo que me decías antes de la cita del retorno, la novela es de retorno. Los personajes recorren el camino inverso que hicieron algunos judíos españoles expulsados en 1492. Donde se inicia la novela, en Safed, es una ciudad muy espiritual en la que se instaló la primera imprenta en 1495 y lo hizo un grupo de judíos sefardíes que habían sido expulsados.  Y la novela acaba en Granada, donde se firmó el acta de expulsión. Hace el camino a la inversa, cinco siglos después.


Además de la locura, otra de las características que resaltan los personajes como tema es la llamada "condición humana" y esta cuestión de la identidad, la verdad, las máscaras y el ¿quiénes somos?


JMF—¿Qué hacemos con nuestra felicidad?; ¿Quién eres y qué lugar ocupas en el mundo? Son las preguntas básicas que se hacen todos, un filósofo, un camionero, un jugador de fútbol, o un asesino.  Estamos ocupando un metro cuadrado en el mundo y no sabemos muy bien para qué, ni hasta cuándo. Llegamos con una herencia identitaria.


—Hablás de geologías...


JMF— Es que si la vida fuera una gran cebolla, nos ha tocado vivir en una capa. Luego vendrán otras capas y dentro de trescientos años si quieren saber la historia deberán hacer un corte bien en vertical para tratar de entender algo. Y es lo que hago con esta novela; es escribir en vertical a través de las distintas capas del tiempo que nos han ido formando individualmente porque todos somos hijos de un proceso que se remonta a la noche de los tiempos.

Somos como un resumen del mundo, somos seres históricos. Pero nuestra memoria es chiquita, nuestra experiencia es limitada. Coloqué a un personaje en una situación disparatada, para que abriera su cerebro a todos los espacios y tiempos, personalidades. Que pudiera adoptar el punto de vista de toda la humanidad.


—Pero es una locura que va mutando...



JMF— Erasmo de Rotterdam cuando escribió Ensayo sobre la locura planteaba justamente la locura como ruptura con la humanidad y que al mismo tiempo permite el chispazo, la evidencia. Uno oscila entre considerarlo un mentecato o decir este hombre está diciendo cosas que otros no tienen el valor para decir.


También está la idea de una locura laberíntica en la novela, incluso el personaje cita en reiteradas ocasiones a Borges en su viaje por una locura que arranca como mística, profética pasa por una locura agresiva, el redimido, el que busca salvar a los condenados como los musulmanes que queman coches...


JMF— La novela está ubicada en un tiempo lineal en el otoño de 2005, es una semana dura con los quemacoches en París. El libro que yo tenía todo el tiempo en la cabeza fue El Quijote, por ejemplo están los pequeños homenajes como cuando Tiago intenta liberar a un chico árabe en París y se mete con la policía que termina apedreado es una clara referencia a la liberación de los Galeotes. Hay guiños, sé que nunca podré llegar ni de lejos a Cervantes pero escribir siempre es intentar ser más grande de lo que uno es. Escribir es como sobrepasar tu piel. El libro es también un pequeño estado de enajenación mental, donde tú te sales. Tener una gran obra de referencia ayuda para hacer ese esfuerzo en ir más allá de tu propia condición.


El historiador lo que hace es analizar los hechos, el escritor trata de revivirlos. Es otra manera de conocimiento. Uno tiene un conocimiento emocional que la propia historia no te da. La novela juega con esas dos historias, con la colectiva y la individual.


—Y también se juega con la idea de refugio, en especial en el último apartado con este meterse dentro de sí,  "el juego de las muñecas rusas"...



JMF— Al fin y al cabo la pregunta es lo que hablábamos al principio ¿qué lugar ocupamos en el mundo y cómo lo ocupamos? Y la identidad de algún modo te ayuda, es la gran herramienta que te ayuda a ubicarte en el mundo. Los personajes de mis novelas son los constructores de su propia identidad. No se conforman con ser hijos de, ciudadanos de... están abiertos a una interacción con lo diferente. Es un refugio no para esconderse sino para protegerse del dolor de la vida. Sartre decía que el infierno son los otros; pero yo, que respeto mucho a Sartre, no estoy nada de acuerdo. Yo creo que el paraíso sí existe. Creo que el paraíso son los otros, o está en los otros. Todos mis personajes están buscando la Tierra Prometida pero en diálogo con los otros. Uno vive dentro de su propia piel pero en interacción.


—La novela fue publicada en 2010 en España y recién ahora es editada en Argentina ¿por qué?


JMF— Yo estaba empecinado con que se publicara en Argentina. Estoy convencido que si hay un lector en el mundo hispánico que podría estar dispuesto a sintonizar con esta novela creo que es el lector argentino. El problema de la identidad es un problema político. En España tenemos eso de que cada uno está preocupado por su identidad, catalanes, andaluces... a veces como un garrote, a veces como un paraguas a cuestas y no es tan fácil. En Argentina, con su historia como sociedad abierta, con avalancha de inmigrantes, son todos registros posibles; donde la psicología tiene un gran peso, donde la cuestión judía también lo tiene. El lector argentino era uno que quería conocer, por eso insistí mucho a Edhasa para que llegara aquí, después de que Seix Barral no cumpliera en traer la novela a Latinoamérica. Pude recuperar los derechos y lograrlo.

Hay una posible empatía, un diálogo. Yo soy hijo de las lecturas latinoamericanas, nos criamos leyendo autores latinoamericanos Borges, Cortázar, Carpentier más que españoles.


—En los agradecimientos remarcás el logro de tener una nueva edición de tu novela ¿Cómo ves el mercado editorial español?


JMF— ¿Tienes un pañuelo para poder llorar? Hay una crisis editorial impresionante, ha habido un proceso de monopolio o mejor dicho de oligopolio. Random por un lado, Planeta por el otro, entonces eso condiciona enormemente lo que se publica, las identidades de cada editorial. El criterio de fondo es aberrante. Es pedirle rentabilidad a cada libro. Felizmente para la historia de la humanidad es reciente eso, sino las tres cuartas partes de la literatura no se hubieran publicado con ese criterio.

Un gran libro puede ser un gran éxito de ventas o un fracaso. Las ventas y la calidad literaria son completamente distintas. Condicionar de esa manera tan determinante la publicación de literatura a la rentabilidad le está haciendo un daño atroz a la literatura en España. Convierte a los editores en editores piratas, no porque roben sino porque asaltan al autor y si no encuentran un tesoro le hunden el barco. Si el autor no vende con el primer libro, no le publican otro, y si logran publicar el segundo pero no vende, adiós.

Ese pacto entre autor y editor para explorar caminos, arriesgarse, que ha sido un pacto fundamental en la historia de la literatura, permitía desarrollar las habilidades literarias respondiendo las necesidades creativas y no del mercado. Se consideraba rentabilidad por catálogo, no libro por libro.


Con el inicio de la dictadura del marketing es una situación catastrófica. Si tienes un pañuelo para las lágrimas, lo acepto. Por suerte, hay mecanismos de reacción natural de editoriales más pequeñas que van a actuar como férula para que dentro de diez, quince años sus catálogos sean de referencia. Es una pena, había un capital que se está dilapidando. Hemos tenido que volver a descubrir el Mediterráneo, ¡qué necesidad había!.
Yo he tenido la suerte con Edhasa que me acogió mis libros.  Bueno ya llevo hablando de mí mismo varios días. Una sobredosis de Fajardo (risas) ya no puedo más con ella.

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Mi nombre es Jamaica, de José Manuel Fajardo

Novela, Edhasa 2015

320 p.

José Manuel Fajardo Nació en Granada en 1957. Periodista cultural (El País, El Mundo, Temps Modernes, Il Sole 24-Ore, Página 12, El Gatopardo, Público) y redactor del programa de TVE "Tiempo de papel". Publicó su primer ensayo histórico "La epopeya de los locos" (1990) y "La naves del tiempo" (Premio Internacional de Periodismo Rey de España, 1992) y las novelas "Carta del fin del mundo" (1996) y "El Converso" (1998) traducidas a varias lenguas.  Cerrando la trilogía sefardí con "Mi nombre es Jamaica" (2010, 2015). Otras novelas: "Una belleza convulsa" (2002), "A pedir de boca" (2007).