Hacia finales del siglo XIX, la localidad de Tigre, ubicada a pocos kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires y sobre el delta del río Paraná, era lugar de veraneo, sitio de práctica de deportes náuticos y cita de moda para la clase alta de entonces, élite que gobernaría por sí misma la Argentina hasta mediados del siglo siguiente.

Sin embargo, la zona carecía de un hotel de categoría que pudiera dar estadía adecuada a la aristocracia porteña y a cierto sector de la clase media acomodada que comenzaba a emerger a partir del modelo agroexportador dominante –como ahora, vale advertir– y que tenía su centro neurálgico en el puerto de Buenos Aires.

Nacida de un grupo de hombres que habitualmente practicaban remo en el lugar, la idea de construir un hotel comenzó con la búsqueda del predio adecuado, eligiéndose uno ubicado en las márgenes del río Luján. El diseño del edificio estuvo a cargo del ingeniero Emilio Mitre, hijo del presidente Bartolomé Mitre, y su construcción se inició en 1873, inaugurándose formalmente el 12 de febrero de 1890.

Fue en 1912 que, junto al hotel, se inauguraba el centro lúdico, social y cultural que lo complementaría: el Tigre Club, un bello ejemplo de la heterogénea ‘belle epoque’ argentina cuya construcción estuvo bajo la dirección de los arquitectos franceses Louis Dubois y Paul Pater, con financiación de quienes hicieran lo propio con el hotel lindero: Ernesto Tornquist, Luis García y el mencionado Mitre.

Su objetivo era fomentar el esparcimiento y el trato entre los habitués del hotel y de la zona, que ya contaba con magníficas mansiones y palacetes; especialmente con el casino de la planta baja y su majestuoso salón de baile oval en la planta alta. Los imponentes conciertos así como las fiestas de fin de año y de carnavales eran citas obligadas incluso para personalidades e intelectuales como Rubén Darío, quien allí escribió su poema ‘Divagaciones’:

Mis ojos espantos han visto,
tal ha sido mi triste suerte;
cual la de mi Señor Jesucristo,
mi alma está triste hasta la muerte.

Hombre malvado y hombre listo
en mi enemigo se convierte;
cual la de mi Señor Jesucristo,
mi alma está triste hasta la muerte.

Desde que soy, desde que existo,
mi pobre alma armonías vierte.
Cual la de mi Señor Jesucristo,
mi alma está triste hasta la muerte.

Cuatro años después de la inauguración del Club, el tren eléctrico llegaba a Tigre para dar nuevo impulso al turismo aristocrático. Hasta entonces, la mayoría de los porteños adinerados llegaba a esa zona en carruajes y en los primeros vehículos a motor, lo que de todos modos llevaba varias horas de viaje debido a cierta precariedad de los caminos.

Durante un par de décadas nada cambió… Pero en 1939, con la decadencia política de la aristocracia ganadera de la Pampa húmeda y tras las consecuencias de la crisis mundial del 30, el Tigre Hotel cerraba definitivamente sus puertas. Un año más tarde, un incendio devoraba la estructura del edificio y sus restos sufrían el abandono, siendo demolidos a principios de la década del 40.

Previamente, una ley de 1933 que prohibía los juegos de azar fue lapidaria y derivó en la decadencia y también el abandono del Tigre Club, que no obstante permanecería en pie y por muchos años sería solo un ruinoso monumento que remitía a la era de esplendor de la oligarquía argentina que, como dijo Domingo Faustino Sarmiento, supo relucir “con olor a bosta de vaca”.

Muchos años más tarde, ya en 1974, la Municipalidad de Tigre expropiaba el edificio del viejo Club, cuya estructura edilicia aún se sostenía más o menos intacta junto al recuerdo sombrío del desaparecido hotel homónimo. Pero será recién en 2006 y tras muchos reacondicionamientos cuando, finalmente, es inaugurado el actual Museo de Arte de Tigre (MAT).