El aburrimiento y la desesperanza suelen funcionar como motores para la reflexión pero no necesariamente para la acción. Gonzalo Unamuno nos presenta a la voz de su novela; primero a través de ideas, consumos culturales y escenografías para,  varias páginas después- exactamente en la catorce- plantar al personaje y decirnos: "Me presento. Germán, único nombre. Baraja, único apellido".

Esa línea tiene gran fuerza. Hay alguien que necesita nombrarse  como para marcarnos quién es el que va a contar una historia. Un relato en el que se vislumbra que la cuestión política forma el colchón en el que descansa la desilusión más notoria, pero no la única, de Baraja.

Incluso parece avergonzarse ante un diploma entregado por el expresidente Néstor Kirchner. Por supuesto, no hay que perder de vista el juego irónico con el que Unamuno hace que Baraja despotrique contra la militancia, la discriminación, las redes sociales, las amistades, sus elecciones, la "generación que le tocó vivir" y aquello que lo que lo rodea.  Pero ahí no está lo interesante del personaje, odiar resulta un recurso fácil para poder dejar de ser políticamente correcto en las ideas.

Germán Baraja es escritor, o intenta serlo, pero "ya no lee diarios", ni "mira tele" (aunque luego le da otra oportunidad), parece aislado en un trabajo freelance que no duda en criticar, con una hermana presente e ideas que se le amontonan a borbotones sin hallar un camino concreto de realización.

Señalando el conjunto de desilusiones que atraviesa a Baraja, el verdadero mojón de la novela, aunque no tan desarrollado, está en la relación con su madre que internada en un hospital. Ahí hay una desesperanza y bronca que se comen al personaje de manera  psicoanalítica. Ni siquiera la adrenalina de tener sexo con un desconocido, drogarse,  o un posible embarazo parecen excitar tanto la angustia de Baraja ante su no-relación con su madre.

Una de las pocas líneas remarcadas en el libro es un titular: "Una madre mató a su hijo en un country" mientras Baraja recuerda, de manera repetida, que la suya le dio "Filosofía para principiantes, único regalo que me hizo o el único que valoro" y escribe una carta en la que podemos entender un poco más de ese vínculo que lo mortifica. 

Otro detalle son los diálogos, Unamuno les da el formato de un guión de teatro,  hay aclaraciones que marcan tonos que le escapan al recurso de la primera persona generando climas distintos.

El latiguillo de Baraja es "Pienso, pienso mucho" y se reafirma en el extenso monólogo que Unamuno desarrolla al final en el que recapitula sobre sus desencantos aunque parece ponerlos más afuera que en su persona.

El aburrimiento es palpable, la bronca se expresa pero "la aventura interior" queda detenida en un personaje que no terminamos de conocer.

Que todo se detenga de Gonzalo Unamuno
Novela, 2015.
Galerna 144 páginas