La película "Buscando a Nemo" convirtió en verdaderas y queribles "estrellas" a los peces payaso. En la trama Nemo pierde a su madre que es devorada por barracuda junto con sus huevas.  Sin embargo, Marlin - el padre- logra recuperar a uno al que luego llama Nemo. 

"Disney no nos contó la verdad", revela Fran Saborido Rey, jefe del Grupo de Ecología Pesquera del Instituto de Investigaciones Marinas en Vigo, España, al diario El País. Ya que en realidad Marlin debería haberse convertido en la madre de Nemo y no seguir siendo macho. 

"El macho emparejado con la hembra, al constatar durante unas dos semanas de espera que la ausencia de la chica no tiene remedio, empezará a desarrollar sus gónadas femeninas mientras se atrofian hasta desaparecer los testículos", escribe Silvia Pontevedra para explicar el trabajo en conjunto del Red Sea Research Center de la King Abdullah University of Sciencie and Technology (Arabia Saudí) y el Instituto de Investigaciones Marinas (CSIC) de Galicia. 

El equipo  "estudió el genoma de esta especie que se agrupa en familias de dos, tres o incluso siete individuos, dependiendo del tamaño de la anémona. Si son dos, serán hembra y macho, ella siempre más grande y dominante. Si son tres o más, la familia estará compuesta por una hembra y un macho adultos y una colección de peces juveniles masculinos que en realidad albergan gónadas de los dos sexos para lo que les depare el futuro. No son hijos de los cónyuges, sino que han arribado desde otras anémonas. Porque en esto también miente la película de Disney: al eclosionar los huevos que ha puesto una madre, sus vástagos son inmediatamente arrastrados y dispersados por la corriente como fabuloso remedio contra una endogamia que acabaría debilitando la especie. Nemo, por tanto, si vivía en casa de Marlin sería un hijo adoptado". 

El cambio de sexo de los peces payaso es un momento "controlado socialmente", comenta Saborido, dentro de unas familias "fuertemente jerarquizadas" a partir del tamaño. Incluso hay ejemplares que pasan toda su vida (entre unos seis y 12 años) sin necesidad de transformarse. 

Fuente: El País.