La primera vez que se planteó la existencia de los agujeros negros en el tejido cósmico fue un concepto tan extraño que hasta Albert Einstein dudó de su existencia real. 

Sin embargo Karl Schwarzschild continuó con el estudio de esa posibilidad de que esos agujeros produjesen ondulaciones en el tejido espaciotemporal similares a las que se producen cuando se arroja una piedra a un estanque.

En septiembre de 2015, el Observatorio de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO), en EE UU, captó las primeras ondas gravitacionales producidas justo en el momento en que dos agujeros negros chocaban un instante antes de fusionarse y se comprobó que Einsten tenía razón. Aquellos objetos tenían entre 10 y 30 veces la masa del Sol y su unión liberó en una fracción de segundo más energía que todas las estrellas conocidas hasta el momento. 

Esta semana, un equipo de investigadores de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido, y las universidades de Maryland y Chicago, en Estados Unidos ha publicado en Nature los resultados de uno de los primeros trabajos de esta nueva astronomía basada en lo que ha detectado LIGO.

Ilya Mandel, científico de la Universidad de Birmingham y coautor del artículo, explica en The Conversation que los astrónomos se plantean dos hipótesis para la formación de estas parejas. En una de ellas, la pareja habría comenzado unida desde el inicio, con el nacimiento simultáneo de dos estrellas masivas. Pero al agotar su combustible nuclear, después de una larga existencia, ambas colapsarían bajo el peso de su propia gravedad concentrándose hasta formar dos agujeros negros. Si estuviesen a la distancia adecuada, ambos objetos empezarían a perder parte de la energía y caerían en una espiral hacia el otro hasta fusionarse. En la segunda opción que plantean los científicos, los monstruos cósmicos se habrían formado por separado en una parte del universo con superpoblación de estrellas. Los tirones gravitatorios de esos astros habrían acabado por reunir a los dos agujeros negros.

La información proporcionada por LIGO permite saber si estos objetos rotan lentamente o lo hacen rápido y si están alineados entre ellos o no. Los autores señalan que ese tipo de agujeros negros serían similares a los observados en nuestra galaxia.

Calculan que harían falta otras diez observaciones de los efectos de la fusión de otras parejas para confirmar su origen y conocer finalmente el secreto de su origen. 

Fuente: El País