Además de cuidar la salud a través de la alimentación, la actividad física o el buen descanso, existe una habilidad que podemos ejercitar cada día y transformarla en una costumbre beneficiosa. Esta práctica fortalece el sistema cardiovascular, reduce los niveles de estrés y estimula la producción de dopamina y oxitocina.

La ciencia, en los últimos tiempos, ha comenzado a respaldar con evidencia la relevancia de esta virtud, rescatando su valor central en la filosofía antigua, donde ya se reconocía su papel clave en el bienestar integral.

Qué hábito es ideal para la salud y tiene múltiples beneficios

Brindar ayuda a un desconocido, colaborar con una causa solidaria o simplemente ofrecer parte de tu tiempo como voluntaria no solo tiene un impacto positivo en quienes lo reciben: también fortalece tu salud física y mental. Estos gestos, aparentemente simples, convierten la bondad en un hábito que potencia el bienestar emocional y se vincula con la felicidad duradera. No se trata de una consigna vacía para fomentar la empatía en una sociedad marcada por el individualismo.

Ya lo afirmaba Aristóteles: la bondad no era solo una virtud moral, sino un componente esencial para alcanzar una existencia plena. En su obra Ética a Nicómaco, el filósofo griego explicaba que esta cualidad debía estar guiada por la razón, mantenerse en equilibrio (ni en exceso ni en escasez), y ser parte del camino hacia la eudaimonía, es decir, la realización personal. Sin embargo, en la actualidad, solemos pasar por alto el verdadero poder transformador de la bondad, especialmente en su dimensión social.

Laura Kubzansky, profesora en la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, sostiene que hemos minimizado la importancia de las conductas orientadas al beneficio del otro. Sus investigaciones revelan que quienes se involucran más en actividades altruistas como el voluntariado o las donaciones caritativas reportan niveles más bajos de dolor físico, lo que sugiere una conexión directa entre el comportamiento solidario y la mejora en la salud corporal.

Aunque no existe un mecanismo único que explique cómo los actos bondadosos influyen sobre el cuerpo, la suma de distintos factores parece ser clave. Según la doctora Kubzansky, realizar una acción solidaria puede ayudarte a tomar distancia de tus propios conflictos y disminuir tu reactividad emocional. Esto genera una reducción en el estrés, un conocido desencadenante de hipertensión y colesterol elevado, dos elementos que incrementan el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.

Además, se ha observado que el altruismo también impulsa la actividad física: las personas que participan en tareas comunitarias tienden a moverse más, ya sea caminando o evitando el sedentarismo. Al involucrarse en este tipo de actividades, no solo se activa el cuerpo, sino también la mente.

Otro efecto positivo de la bondad es la disminución del aislamiento social, factor determinante en el bienestar psicológico, tal como lo demuestra el Harvard Study of Adult Development, dirigido por el psiquiatra Robert Waldinger. En un contexto donde predomina el enfoque en el bienestar individual, los beneficios de actuar en favor de otros han quedado relegados. 

En el caso de las mujeres, además, existe una carga cultural: tradicionalmente educadas para cuidar a los demás, muchas han volcado su energía hacia el autocuidado, cansadas del altruismo desbalanceado.

Desde una perspectiva cognitiva, la bondad también tiene beneficios concretos. Un ensayo clínico llevado a cabo en Baltimore demostró que las acciones altruistas pueden retardar el deterioro cerebral y mejorar la agilidad mental, reafirmando que ser bondadoso no solo nos hace sentir mejor, sino que también mantiene el cerebro activo y joven.