Un día después de la salvaje represión de la policía Metropolitana a médicos y demás trabajadores del Hospital Borda, a los periodistas que cubrían lo sucedido y que son, por ende, también laburantes, y a los internos del psiquiátrico, que, como siempre, se llevaron la peor parte.

Un día después. Parece que ya hubiéramos dicho todo, incluso nos debemos haber repetido mucho entre los que repudiamos este accionar por parte del gobierno macrista. No vamos a ser originales en estas líneas, ni siquiera el título de esta nota debe ser singular y único. No importa, no importa repetirnos, porque tenemos que decir, escribir y trabajar estas ideas hasta el cansancio, hasta que estemos seguros de que una cosa así no le va a volver a pasar a nadie.

Toda represión ordenada y comandada desde el estado está mal, aunque ese gobierno te caiga simpático, está MAL. Debe ser necesariamente señalada y repudiada, debe ser expuesta a la sociedad como un grave error institucional, como la práctica siempre reprobable del poder de turno que utiliza la fuerza y la violencia como herramienta política. Insisto, aunque seas adherente a ese espacio partidario, es imprescindible no convalidar esta forma de gobernar prepotente y oscura.

Un negocio inmobiliario disfrazado de obra pública es la clave de todo. Los que queremos un Hospital Borda funcionando a pleno, con los problemas  edilicios resueltos, con los insumos necesarios, con gas, con médicos y médicas, enfermeros y enfermeras que trabajen en un espacio digno y apropiado, que no deban defender con sus propios cuerpos ese lugar de las topadoras PRO, repudiamos lo que aconteció el viernes. Y lo decimos una y otra vez, y lo repetimos con la impotencia en la pluma y la voz, porque eso no se hace, no se le pegan 21 balazos de goma a un chico que está internado en un psiquiátrico y sale a defender los talleres donde realiza actividades para poder estar mejor. No, eso no se hace, nunca.

Y si además de partirle la cabeza a un médico, meter preso a un fotógrafo, agredir a legisladores y balear enfermos, después se justifica públicamente lo sucedido, pasamos a otro nivel, pasamos de la represión explícita, la que vemos encarnada en la policía Metropolitana que, armada hasta los dientes, se presentó en el Hospital. Pasamos al nivel más cínico e hipócrita que podamos imaginar: como si los periodistas hubieran salido a cabecear macanas, como si las enfermeras hubieran estado allí de pie para romperse los puños contra los escudos. Todos ellos, junto a los internos y sus familiares, les pusieron, literalmente, el pecho a las balas. Querer justificar este accionar desmedido desde el poder político sólo ratifica la concepción ideológica con la que se mandó a la policía a violentar a esa gente. Subraya el concepto que esos políticos tienen de los trabajadores y de los personas enfermas que allí viven.

El gobierno porteño envío a los uniformados en contra de lo dispuesto por la ley. Destruyeron el lugar de trabajo de los internos, donde canalizan su energía, donde aprenden, donde disfrutan, aun en la carencia y la escasez, porque no olvidemos que están allí internados y en condiciones de necesidad. Arrasaron ese espacio de manera infame. Y luego lo justificaron con la mentira, con una tranquila perversidad que asusta, pone los pelos de punta, pero a la vez esclarece, porque decir que la policía se defendió es sólo otra forma de levantar la mano derecha, empuñando el palito de abollar ideologías y empezar a dar y dar y dar.