Para la presente generación, la comparación entre el fallecido Karol Wojtyla, conocido como Juan Pablo II, y Joseph Ratzinger, o Benedicto XVI, se hace casi ineludible. Mientras el primero pudo encorsetar durante casi tres décadas las contradicciones flagrantes que cruzaban -y cruzan- a la iglesia en tanto institución, el segundo no pudo mantener la olla cerrada y todo terminó por estallar entre sus manos.

Wojtyla, considerado como representante del "ala izquierda" eclesiástica (aunque profundamente antiizquierdista y reaccionaria en términos absolutos), encaró con cierto éxito los principales problemas contemporáneos que caracterizan a la Iglesia Católica: ocultar la pedofilia sistémica y el alto grado de corrupción jerárquica, y ampliar la base de sustentación del catolicismo, así sea relativamente, a través de los usuales medios demagógicos.

Ratzinger, por el contrario, representante del "ala derecha" de la jerarquía eclesiástica, echó por la borda cuanto su antecesor logró. De hecho, hizo pública la voz de la conciencia de la Iglesia cuando condenó furibunda y vehementemente desde el matrimonio igualitario hasta el uso del preservativo.

Vatileaks fue la gota de rebalsó el vaso. La filtración de documentos reservados del papado resultó el emergente contemporáneo de la verdadera esencia de una institución que secularmente estuvo -está y estará- atravesada por una corrupción galopante, congénita.

El libro "Su Santidad: los papeles secretos de Benedicto XVI", escrito por el periodista italiano Gianluigi Nuzzi, que reproduce los documentos secretos filtrados, da cuenta de la "corrupción, prevaricación y mala gestión" en la administración eclesiástica del Vaticano y, consecuentemente, de la curia en su conjunto.

Entre otras cosas, el libro revela los documentos que dan cuenta de las oscuras finanzas personales del papa; el sistema de coimas que existe para obtener una audiencia papal; hechos de corrupción que le costaron al Vaticano millones de euros en sobreprecios en numerosos contratos; vínculos escandalosos con Silvio Berlusconi, y, por cierto, las conclusiones del comité que investigó las acciones de la malograda orden religiosa Legión de Cristo, involucrada en infinitos casos de pedofilia.

Todo ello fue en detrimento de la influencia política ejercida por la Iglesia allí donde pretende tenerla. Se pone en evidencia, incluso, donde el predicamento debería surtir uno de sus efectos críticos: en el escasísimo reclutamiento para el sacerdocio durante el último período, como se señala en el libro "Joseph Ratzinger: Crisis de un papado".

Allí, el también periodista italiano Marco Politi advierte: "Prosigue la gran falta de sacerdotes, por lo que muchas parroquias en el Primer Mundo no tienen párroco. Y ha habido una fuerte caída de presencia de las mujeres en las congregaciones femeninas. Entre 2004 y 2009 se han perdido 40 mil monjas, lo que significa debilitar la infantería de la Iglesia".

Estas cuestiones y el hecho de que tanto desde la jerarquía como desde la familia de Ratzinger salieran a desmentir "problemas graves de salud", hacen presumir -sin ser demasiado perspicaz- que el papa no renunció sino que fue derrocado por medios análogos a los empleados –según se sospecha– contra el italiano Albino Luciani, efímero predecesor de Wojtyla, y contra tantos otros durante los dos mil años de sangrienta existencia de la institución católica.

Sobre esta base es que los cardenales procederán a elegir durante marzo próximo al nuevo papa, jefe estatal del Vaticano y, más acá del cielo, factor de poder en base a su influencia política, moral e intelectual sobre millones de fieles, quien se verá obligado a enfrentar las mismas o peores encrucijadas.

La Iglesia no ha querido -ni querrá-, por su naturaleza reaccionaria, aggiornarse a los nuevos tiempos. Su existencia deriva de mantener el propio estatus quo y, con el apoyo y sostén de la mayoría de los Estados donde echó raíces, el de la sociedad en conjunto. Es decir, como factor de atraso humano y oscurantismo, sea con la cruz, la espada o el fusil, si fuese o fuere necesario.