Hoja en blanco y mucho para decir. O no. La verdad ya no lo sé, siento que todo lo que había que escribir se escribió, que mi aporte es humilde, bobo, ridículo. Que tenemos naturalizadas tantas cosas que mordisquear así los bordes sólo lastima un poco al enemigo pero es tímido e inútil, inocente y soñador hacerlo. 

Pero acá vamos, porque últimamente siempre vamos. Porque las mujeres abrimos los ojos de a poco pero sin vuelta atrás, porque ya no hay retorno. Ayer hablamos con un grupo de chicas por Twitter y dos contaron situaciones de acoso mientras sucedía el intercambio. Me di cuenta que desde que somos conscientes de que eso está mal, siempre contamos en las redes lo que nos sucede en la calle. Lo violento, peligroso, incómodo y horrible que es ser mujer en un país que no respeta a las mujeres. Salir a la calle a comprar pan, a tomarse el bondi, a laburar, a pasear al perro, vestidas con escote, con pollera con pantalón, con los labios pintados a cara lavada. No importa. Nada de eso importa. Salir a la calle siempre es un lugar peligroso, sea de noche, de día o de madrugada. A menos que estés acompañada con un hombre, por supuesto. Y aunque de eso ya se sabe mucho, agarré una herramienta de Twitter que sirve para acumular tuits y generé un lugar virtual para que podamos descargar bronca todas juntas cuando sucede un "te chupo toda la concha mamita", un "con esa pollerita te violo toda" o simplemente un "inocente" "sos hermosa" seguido de persecución de una cuadra y mirada libidinosa que da miedo. Porque, hombres, (y acá tomo un tuit de una de las chicas que se animó a contar su historia) no son todos ustedes, pero todas nosotras fuimos acosadas alguna vez. Y eso habla por sí solo y dice tres cosas. 

La primera: que seas hombre no te convierte directamente en culpable, pero sos, para nosotras y en la vía pública, un posible atacante, un tipo que puede, por qué no, violarnos en una esquina, tocarnos, susurrarnos cosas. Entonces ante nuestros ojos, sí, todos ustedes son posibles violadores. Porque, además, eso aprendimos a medida que fuimos creciendo. A cuidarnos, a protegernos de estos riesgos que son cada vez más brutales. 

La segunda: si vos sos hombre y creés que todo esto que nos pasa es un horror y que no está bueno (nunca y por ahora) ser mujer en este mundo, hay algo que podés hacer para apartarte, para diferenciarte, para ayudar. EDUCÁ. Educá a tus compañeros, amigos, familia. Cuando escuches que se rien porque uno le tocó algo a alguna chica, cuando escuches que son violentos, agresivos, peligrosos. Cuando veas que se desubican, cuando sientas que hay algo que está diciendo respecto a nuestro género que no es correcto, que estigmatiza, que incomoda. EDUCÁ. Insistí. Convertite en un literal rompe huevos. Cambiá ese cuento que les contaron de chicos, entendé y hacé entender que un hombre que no acepta un no como respuesta no es un galán ni un perseverante, es un acosador. Decí y repetí hasta el hartazgo que levantarse a una chica no es decirle cosas en la calle, que hay maneras más sanas y menos violentas de conquistar, que el encare puede ser mutuo, que debe ser respetuoso. Que tenemos miedo siempre. 

La tercera: creer que hay diferencia entre que nos digan algo violento y algo "lindo" es caer en un error común. Pensar que un "hermosa" no nos perturba es no ver la historia que venimos relatando hace ya mucho. Porque ese hermosa, ese hola linda, ese comentario al pasar, puede venir con una mano, con una arrinconada, con un abuso mayor. No lo sabemos. Nunca sabemos quién nos está diciendo lo que nos dicen, nunca sabemos las intenciones. Eso sin mencionar que, bueno, nuestro cuerpo no quiere tu opinión. 

Dicho eso, sigo. El tema es que al empezar a hacer el 'momento' fui agregando los tuits pertinentes con el hastag #TodoElTiempo y noté (me hicieron notar) algo bastante tenebroso: hay más pedofilia de la que creemos. Las situaciones más traumáticas que nos sucedieron respecto al acoso pasaron en nuestra adolescencia más temprana. La cantidad de anécdotas horribles que recibí databan de cuando las víctimas tenían desde ocho a dieciséis años. Sí, leyeron bien. OCHO AÑOS. Manoseos, guarangadas, arrinconadas, apoyadas, exhibicionismo. Todo eso a partir de los siete, ocho y nueve años. 

Hace ya bastante empecé a responder, con miedo, siempre tuve miedo. Intentando de manera desesperada, y en general en vano, que no se me note en la voz el terror que me da que se vuelvan loquitos porque una se le planta y me peguen o me hagan algo peor. Pero lo hago igual porque estoy convencida de que el silencio perpetúa la violencia. Porque calladas ya estuvimos mucho tiempo. 

Pasaron más de doce horas desde que hice el momento y todavía caen tuits de chicas que cuentan historias de abuso muy fuleras, que empiezan a notar que esa culpa que sentimos por algo que hace un otro es inventada por ese otro para no hacerse cargo de su propia mugre. Hoy las redes llenas de violencia y bullying también son un lugar en donde podemos descargar, escribir y contar la bronca y la rabia que nos da todos los días y todo el tiempo vivir en un sistema que todavía no se enteró de que no somos propiedad del hombre, que hoy somos sujetas de derecho y que nunca más vamos a dejar de serlo.