Un 25 de mayo de 2003 asumía Néstor Kirchner la presidencia dela Naciónen un contexto que prometía más riesgos que certezas. Desde entonces y hasta el día de hoy la Argentina comenzó un proceso de cambio profundo que se basó en tres pilares fundamentales: la recuperación del rol del Estado, la redistribución económica y la lucha por los Derechos Humanos. Sin embargo poco se habla de la lucha discursiva por el reconocimiento de la “cultura popular”.  En estos términos me refiero la cultura relegada, la voz del otro, del dominado, en términos de lo diferente a la imagen de cultura “civilizada”. Lo popular como discurso narrado por otros, como una dimensión polémica, como instancia de la polifonía o lo oculto bajo la falacia polifónica de los discursos monológicos.

Néstor llega al poder en un momento históricamente complejo en el cual era necesario romper con la lógica de los años 90´, caracterizada por la aplicación de políticas encuadradas en el modelo neoliberal emanado desde el “Consenso de Washington”. “Más mercado y menos estado” era entonces el lema hegemónico, que apadrinaba un ciclo de crecimiento financiado por ingresos de las privatizaciones y un aceleradísimo endeudamiento externo.

La crisis de la convertibilidad y de la legitimidad del sistema de representación formal en 2001, fueron devastadoras para las clases populares, que sistemáticamente engrosaban sus filas, mientras eran golpeabas con una abrupta caída del salario real y  un superior aumento de masa obrera sobrante.

Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, se abre una nueva etapa, donde comienza a deconstruirse no solo el modelo económico, sino el concepto de “identidad social”.  Históricamente en nuestro país el proceso de construcción de una identidad nacional se forjo en la existencia de una superadora de las múltiples identidades que se encontraban en el territorio. El disciplinamiento social, elemento que se hizo carne con la sucesión de gobiernos de factos y luego la consolidación del neoliberalismo, produjo la homogeneización y la negación de las diferencias culturales.

Justamente Néstor comienza a cuestionar fuertemente esta irresponsabilidad sobre las relaciones ínter subjetivas, producto de las tradiciones des historizantes de la existencia humana. La encrucijada que da comienzo a mi reflexión, es la recuperación y dignificación de estos modos de vida populares que hasta entonces permanecían silenciados por un poder político y económico que actuaba para fundar una identidad y para instituir un relato monológico de los hechos. Néstor abrió las puertas del debate acerca del sentido de las palabras,  de un “discurso oficial” que no sólo nombraba o representaba, sino también clasificaba y jerarquizaba a través de sus efectos de poder.

Bourdieu dice que “las categorías de la percepción del mundo social son, en lo esencial, el producto de la incorporación de las estructuras objetivas del espacio social". La práctica comunicativa logra constituir, mediante las experiencias del presente y del pasado, un supuesto "mundo objetivo" que en la inmediatez de la vida cotidiana se torna como "dado", inclinando a los sujetos a tomar al mundo social tal cual es, a aceptarlo como natural. Todo ello se manifiesta sin duda con una fuerza tanto mayor cuanto más penosas sean las condiciones de existencia.

Néstor fue el primero que logró quebrar el discurso de los grupos socialmente legitimados para tomar la palabra, y se propuso desde el Estado la apertura de espacios para incorporar narrativas populares, hasta entonces invisibles, contenidas y censuradas. Desde entonces lo otro, lo desaparecido, lo popular seguirá existiendo desde la perspectiva del pueblo, y nunca más desde unos pocos que pretenden adueñarse de ella. De esta manera es el compromiso y la obligación del pueblo seguir construyendo la historia desde un presente que no puede ni debe olvidar su pasado.