Me acuerdo de Virginia. Era alta y tenía un montón de rulos rubios. Debía tener tres o cuatro años, no más. Recuerdo la ventana a medio cerrar y recuerdo el beso. Mis papás me habían llevado a jugar y nos dejaron solos un rato, así que ella vino y me besó.

Creo que es el primer recuerdo que tengo. Mi primer recuerdo es un beso. Es cliché hasta la bronca, pero no por eso es menos genial.

No había pensado en mi primer recuerdo hasta hace un tiempo, durante Educando al Cerebro, una reunión de gente extremadamente copada de ciencia, abierta para gente que no viene estrictamente del mismo lugar, una especie de ‘Neuro for dummies’, pero estos dummies no son dummies, sino más bien todo lo contrario: gente inquieta y curiosa que prefirió hacer eso que irse al cine ese mismo día. El humor es distendido y el cebrebro nos gusta a todos, creo que parte por narcicismo y parte por el desafío de tener que usar el cerebro para entender el cerebro embriaga un poco, y a los cerebros les encanta estar embriagados de entender cosas.

El organizador, el Dr Fabricio Ballarini, trabaja en memoria, y apenas empezando su charla fue súbitamente interrumpido por Nazareno Casero que decidió pararse enfrente de 400 personas y dar una clase de técnica de levantamiento de pesas de aproximadamente un minuto. Un minuto completo. 400 personas mirándolo en silencio.

 

No reconocí a Casero hasta escucharlo hablar, y lo recordaba de Chachacha, el Niño Capusotto que se llevaba materias, y en este momento lo entendí como un boludo que había caído a interrumpir para tratar de llamarle la atención a alguna flaca.

Cuando terminó, se fue, y Fabricio empezó a hablar de su trabajo, como si nada. Resulta que nuestro Dr en cuestión, como dije, trabaja en memoria. Él y el grupo del IBCN trabajan buscando la forma de mejorar la manera en la que aprendemos usando neurociencias, y hoy no puedo dejar de pensar que lo que hacen, funciona.

 

Resulta que la memoria se comporta distinto cuando nuestros cerebros se encuentran en estados distintos. El stress, la ansiedad, la motivación y la recompensa pueden cambiar drásticamente la capacidad que tenemos de generar un recuerdo nuevo, y eso se puede usar, entre otras muchísimas cosas, para ajustar la forma en que un docente da clases de manera que el alumno sea capaz de recordar mejor, y cuando tenés una idea así, la probás.

¿Cómo probás cómo mejorar la forma en la que un nene aprende? Agarrás un montón de nenes y les enseñás de diferentes maneras, convertís eso en datos y los analizás, que, al final del día, lo de ‘pruebas en humanos’ no es tan terrible si incluye una clase copada de ciencias, cambiar de aula o algo de música (principalmente porque la opción de incluir una cabra disfrazada de hada  en el salón no habría sido bien vista por las autoridades del colegio, vaya uno a saber por qué). Cuestión que, básicamente, lo que buscaron fue generar novedad.

El cerebro se pone mucho más receptivo ante situaciones inesperadas, la misma charla del Dr Fabricio (porque no me reconcilio con ‘Fabricio’ solo, pero tampoco con Dr. Ballarini), empezaba preguntándonos a todos si recordabamos qué habíamos desayunado el día anterior, y qué habíamos desayunado el día que tiraron el World Trade Center, y la verdad, me acordaba de uno solo. Me acordaba exactamente en el lugar en el que estaba cuando escuché la noticia de las Torres igual que me acordaba dónde estaba el día que murió mi abuela y la primera vez que me besó Virginia.

La cosa es que agarraron a los chicos y les dieron una clase de literatura que incluía detalles particulares que después iban a evaluar, pero a esa clase le incluyeron, o no, un elemento novedoso (que siempre que hay un experimento, hay un control, que es hacer todo idéntico salvo lo que estás probando). Cambiar de aula, cambiar de docente, de horario, incluir otra clase pegada que no tenía nada que ver pero que era bien distinta, atípica, y la cosa es que cuando convirtieron eso en barritas y asteriscos, los chicos habían aprendido más. Habían retenido más. Se habían sorprendido, su cerebro se había puesto plástico, flexible, receptivo, y eso los hacía recordar no solo el elemento que los descolocó, sino otros elementos, los que el docente quería transmitirles. Un Caballo de Troya hecho de música que contenía adentro datos literarios, una estafa leve y bienintencionada, que encima funcionaba.

Ese día fuimos todos nenes, descolocados por Casero y su clase de halterofilia. Ese día entendí que el flaco que yo pensaba que estaba siendo un boludo era en realidad un pibito generoso que, en complicidad con un grupo de maquiavélicos manipuladores de la conducta humana, me habían llevado de nuevo a Virginia y me habían enseñado cómo funciona mi memoria de una manera que nunca voy a poder olvidar.

 

 

*Si después de esto todavía tenés ganas de leer ciencia, podés ver si la curiosidad mata o no al gato en elgatoylacaja.com.ar.