Ya está, falta nada para que tengamos nuevo presidente. Ahora varón, por lo que lo de presidenta o presidente volverá a no tener sentido. La discusión esa. El momento tantas veces soñado por el antikirchnerismo llegará en menos de un mes. Ni Néstor, ni Cristina. Capaz Daniel, lo más probable. No les gusta, pero les gusta menos Cristina. Van a sentir alivio. Se acabó la pesadilla. Se termina el peor Gobierno que recuerden, el más corrupto, el más falaz, el más autoritario, dirán. Otros extrañarán los años kirchneristas, los mejores, los que les permitieron soñar, volver a creer, palpar realizaciones que creían imposibles, para esos también falta menos de un mes, vendrá otro presidente, capaz Daniel, lo más probable.

Me interesa en esta columna abordar dos cuestiones, sin embargo, la primera, menor. Los tres candidatos cuentan cuál es su plataforma y prometen cosas más o menos concretas. Ni Néstor ni Cristina propusieron casi nada en ninguna campaña, hicieron más transformaciones que cualquier otro presidente pero sin “defraudar” a quienes votaron alguna “propuesta” determinada. Cristina pedía que la acompañen a profundizar el modelo, algo profundo, pero abstracto. Es decir por primera vez desde que asumiera De la Rúa vamos a tener un presidente que tiene que batirse con sus propias propuestas. Algo tangible y por eso muchas veces difícil –cuando no imposible- de cumplir.

Segundo y esto sí interesante es el cariz de la batería de propuestas, su característica. De qué viene la promesa del político en campaña. Veamos.

Scioli propuso dos o tres cosas de fácil cumplimiento, bajarle el IVA a los beneficiarios de planes y jubilados, por ejemplo, y una muy difícil, alcanzar un volumen de inversión muy alto en dólares, 30 mil millones anuales, que permitirá sostener el valor de la moneda, aumentar reservas y estabilizar la inflación, a la par de sostener el empleo y el consumo, sin devaluación ni ajuste.

Massa por su parte ataca allí donde el kirchnerismo atendió mal o directamente no se preocupó. Desde un universo peronista no ideologizado pone el acento en la inseguridad, el narcotráfico y la corrupción. A nivel macroeconómico no plantea diferencias sustanciales con el gobierno de Cristina, o no elige hablar de esos temas de manera preponderante.

Pero el caso más simpático es el de Macri.

Asistimos durante 12 años al discurso de sectores conservadores, que hoy abrevan en Cambiemos, respecto al “modelo kirchnerista”: que era populista, que aumentaba el gasto público, que era irresponsable, que era estalinista, que derrochaba, y demás. Sin embargo la última etapa de la campaña del Pro (y Aliados) no sólo no critica “los pilares del modelo” si no que se preocupa por subrayar que hará lo que falta, casi sciolista: cloacas, agua potable, universalización de las asignaciones a la niñez, 82 por ciento móvil, rutas, locura, etcétera. Gran parte de la campaña está puesta en “aumentar el gasto público”. Real. Bajando impuestos, falta decir. El primer partido de derecha real con posibilidades de ganar una elección nacional a 10 metros de la llegada se volvió ¡peronista y de izquierda!

(Todo esto sin recordar que tras el balotaje en el que por poco Larreta le ganó a Lousteau el precandidato Macri cambió de opinión sobre todas las políticas de Estado a las que se había opuesto… ¡por 11 años y medio!)

Más allá de que uno crea o no en la posibilidad de llevar a buen destino las promesas desesperadas de este tramo de campaña de tal o cual candidato lo cierto es que en su enunciación queda implícito el reconocimiento de que la mayoría de las políticas que conformaron estos años de gobierno fueron medianamente buenas para la mayoría de la población. Algo que, por otra parte, ya sabíamos.