El ingenioso sketch que se vio en el programa de Roberto Navarro es muy ilustrativo. Para los que no lo vieron lo resumo: un personaje (Roberto) tiene $300 y una lámpara de $ 200, otro personaje (Darío) tiene $ 130, un trozo de bondiola de $ 100 y quisiera comprar la lámpara, el tercer personaje (Iván) solo tiene $ 65 y quisiera comprar la bondiola. El cadete (que maneja el sketch) le da $ 100 a Roberto (que es el más rico) quien le dice que con ese dinero va a comprar Lebac y no pasa nada, entonces el cadete le da el dinero a Iván que ahora tiene $ 165, por lo tanto puede comprar la bondiola a Iván que ahora puede comprar la lámpara. La moraleja es que si se da dinero a los más ricos no se reactiva la economía, en cambio al dársela a los pobres se pone en marcha la economía porque se reactiva el consumo. De ahí la repetición del consejo que todos le dijimos a Palacio cuando se perdió el gol: “era por abajo” extensivo ahora al presidente que admitió no saber cómo hacer para incrementar el consumo.

Este sketch y la lectura del libro “Economía para el 99 % de la población” del economista Ha-Joon Chang, profesor en la Universidad de Cambridge, quien según la revista Times, está entre los 10 personas más influyentes del mundo me animaron a arribarle otros consejos al Presidente, si bien creo muy improbable que los siga porque muchos de los errores se producen a sabiendas para beneficios de los niveles más altos de la población (medidos por el nivel de ingresos y de riqueza, porque si los medimos por otros parámetros, por ejemplo solidaridad, patriotismo, inteligencia, nivel cultural, etc. ese decimal seguramente no estaría en la cúspide de la pirámide).

En principio no debiera confiar en las ideas provenientes de la escuela neoliberal como lo está haciendo hasta ahora. No es cierto que todas las personas son egoístas y se rigen solamente por intereses económicos y aún es menos cierto que las actividades impulsadas por esos sentimientos egoístas y meramente crematísticos, generen por efecto de la mano invisible del mercado un resultado socialmente positivo. Tampoco es cierto que la sociedad esté compuesta solo por personas y familias como sostenía Margaret Thacher, existen clases, organizaciones e instituciones. Además está lejos de la verdad suponer que los mercados se equilibran automáticamente si no se los regula, basta pensar en la crisis del 2008, provocada entre otros factores por la desregulación del sistema financiero. El libre mercado no actúa para disminuir las desigualdades y su compañera inseparable el libre comercio internacional genera en muchos casos más perjuicios que beneficios. Se le puede recordar a nuestro presidente que esas políticas no las pusieron en práctica los países centrales que ahora las proclaman y las imponen, sobre todo en el momento en que se desarrollaron.

Otro aporte sería aconsejarle que deje de lado las políticas que impiden el desarrollo de la industria, especialmente en su sector manufacturero. Es posible que haya sido seducido por la idea de que la producción agrícola-ganadera será el eje del crecimiento económico. Cabe aclararle que el crecimiento económico (si lo hubiera, porque por el momento no existe) no es sinónimo de desarrollo. Este último requiere además mayor integración social, acercamiento de los que menos tienen a los que más tienen, pleno empleo, desarrollo de las actividades económicas en todos los ámbitos, acrecentamiento de la disponibilidad de bienes culturales para todos los habitantes, movilidad social ascendente y lo que Aldo Ferrer denominaba aumento de la densidad nacional.

También es posible que haya escuchado o leído acríticamente la idea de que la producción industrial ya no es importante en el mundo de la “economía del conocimiento”. En primer lugar la experiencia empírica señala que los procesos de desarrollo han sido alcanzados a través de la industrialización, básicamente del sector manufacturero. La idea de que el sector de servicios es el que más se desarrolla en el mundo es para tratar críticamente y eso es lo que hace Ha-Joon Chang. Afirma que la disminución de la participación del sector industrial en el PBI de países desarrollados es cuestionable, se debe en parte a que los precios de los bienes industriales se redujeron por mejoras en la productividad (lo que no ocurrió en los servicios) y si se hace la cuenta a precios constantes en lugar de precios corrientes los números son otros. Asimismo la tercerización de actividades que se desarrollan en la industria distorsiona la información. Si el envío la producción de una fábrica se realizaba con camiones propios con personal de la empresa se contabiliza como parte de actividad industrial, en cambio si se terceriza a terceros se lo toma como servicios, ejemplo que puede trasladarse a otros casos como limpieza, actividades administrativas, etc. Agrega datos sorprendentes, por ejemplo señala que el gran ejemplo para saltearse el paso por la actividad manufacturera, que es India es posible analizarlo con los siguientes datos: antes de 2004 la India tenía un déficit comercial en servicios. Entre 2004 y 2011 tuvo superávit en servicios pero solo equivalió al 0,9 del PBI lo cual representa apenas el 17% del déficit comercial. Se suele mencionar a Suiza y Singapur como ejemplos de economías basadas en servicios¸ sin embargo el valor agregado manufacturero per cápita de ambos países está en el podio entre los países del mundo. Ha-Joon Chang también se refiere América Latina en ese proceso de desindustrialización y afirma que “es el resultado de las políticas neoliberales y que la liberalización repentina del comercio ha destruido multitud de industrias manufactureras y la liberalización financiera ha permitido que los bancos reorientaran sus préstamos hacia los consumidores en detrimento de los productores. Las políticas encaminadas a controlar la inflación, como los tipos de interés elevados y las monedas sobrevaloradas, han puesto el tiro de gracia para las empresas manufactureras al encarecer los préstamos y dificultar aún más las exportaciones”.

Un último consejo al presidente. Si bien la distribución debiera comenzar por abajo, el cambio de la política que contribuya a una mejor calidad de vida de la mayoría de la población debiera empezar por arriba: por el cerebro y el corazón. Señor presidente: úselos.