Subí la mirada y estaba ahí, con una cámara enfrente y yo atrás. Atrás de ella y atrás de una valla. Y atrás mío cinco mujeres en silla de ruedas con carteles. Y atrás de ellas, miles y miles de personas. Pero ella estaba adelante, frente a una cámara, con un micrófono casi apoyado en su boca.

La vi mover rápido sus manos, como si estuviera diciendo algo determinante. No supe qué, era difícil ver sus labios desde el lugar en el que estaba ubicada desde hacía ya tres horas. Al principio cómoda, luego algo aplastada. A metros de ella una chica la miraba hablar, como yo, pero del otro lado de la valla. Parecía la prima, la hermana, la amiga. De golpe, una señora que estaba al lado mío le pegó un grito a la que parecía la prima, la hermana, la amiga y la mujer se acercó pero sin dejar de mirar a donde estaban las cámaras. A donde estaba ella.

No llegué a escuchar lo que le dijo, pero de pronto una de las chicas que estaba en silla de ruedas al lado mío se paró agarrándose de la valla y se dieron un beso. “Somos de Tucumán”, le dijo. Hablaron un rato como si se conocieran. Luego de unos minutos comprobé que sí, que se conocían. Y también escuché que la chica que se había acercado era la secretaria de quien continuaba de espaldas y hacía gestos determinantes ante las cámaras: Susana Trimarco.

Siempre admiré a Trimarco. Siempre que la escuché me emocioné y quien la discute, se pelea un poquito conmigo. Estoy segura de que no soy la única, que verla de cerca, de espaldas, así, tan enojada como siempre, tan luchadora infinita, es algo importante. Había llegado un poco tarde, pero ahí estaba, desde el norte hasta la capital del país, derecha, siempre muy derecha, peinada, siempre muy peinada. Maquillada y siempre muy entera.

"Soy Alejandra, la secretaria de Susana. Esta plaza nos emociona. Queremos pedir que esta marcha no sea sólo acá, que no nos volvamos a casa sin pensar en lo que es. Queremos Justicia. Susana es lo que pide, Susana es encontrar a su hija". Apenas escuché eso ensordecí. En el escenario comenzaba el acto que se había estado gestando hace ya más de un mes desde las redes sociales, desde la casa de diez mujeres con lugar en los medios que se cansaron de ver chicas despedazadas adentro de bolsas de consorcio.

La señora de al lado mío quería saludar a Susana porque la conocía. Entonces Susana, luego de tres entrevistas, se acercó a la valla y habló con la tucumana, de tucumana a tucumana. Las escuché, esperé y cuando se despidieron, le pedí que me de unos minutitos. Primero dijo que no, pero al instante me miró a los ojos y me dijo que sí. Calculo que la convencí, estaba tan emocionada que la debo haber mirado como si me estuviera por dar un síncope. Se quedó. Se quedó y respondió tres preguntas. Me dijo lo que dice siempre, con el odio, la rabia y el dolor con el que convive a diario, pero con una pequeña diferencia: ella no hablaba sola. Una plaza hablaba por ella, atrás, con carteles, con lágrimas y moretones. Minas que sufrieron con su cuerpo lo que ella sufre con la mente, los recuerdos y el cuore. Tipos que fueron y marcharon para pedir perdón. Abuelas en silla de ruedas, mujeres con bebés, parejas orgullosas del respeto. Personajes de la farándula que no sabían bien para qué estaban, pero ahí estaban y formaban parte de ese pulmón gigante que pidió a gritos durante varias horas un poco de aire fresco. Que pidió un cambio.

Susana estaba tranquila, tal vez emocionada, tal vez triste. No lo sé. Te aseguro que si la mirás a los ojos, no vas a poder darte cuenta. Sus pupilas, sus pestañas, su maquillaje, sus gestos, toda su expresión parece haber quedado congelada en la búsqueda de Marita, en su cama vacía, en su nieta que la acompaña y la ayuda a militar la no renuncia, el no abandono de la causa. En un marido que se murió por un paro y de tristeza, en la corrupción de la policía, de la política, en los pasos descalzos de su hija en algún piso de algún prostíbulo de alguna parte del país. De alguna parte del mundo. En la desesperación, el dolor y la angustia de no poder dormir y que eso no tenga solución más que seguir despierta y seguir buscando. Ahí quedó Susana, con la impotencia de no entender cómo todos los acusados por el secuestro de su hija están libres. Y si bien Susana puede y Susana va, sus ojos, intactos, te cuentan lo que vive alguien que conoce esa idea cruel y terrible de saber  que tu hija forma parte de una maquinaria de tortura aplicada a la mujer por ser mujer, por poder parir, por ser hermosa.

De la marcha, además de la urgencia de un aborto, seguro, legal y gratuito, me llevo esa mirada fría y valiente de una mina que supo resumirme sin decir nada, para qué luchamos.