La nota de Roberto Caballero en Tiempo Argentino provocó bastante escozor y motivó no pocas críticas y polémicas, aun en los círculos que Roberto Caballero califica sin mas de “kirchneristas”, pero no seré yo quien se sume a la manía clasificatoria y diferenciadora que suele aquejar a los movimientos políticos en etapas de retroceso, así que lo dejamos ahí.

Pasa que no pocos integrantes de ese difuso “espacio” que Caballero llama (y nosotros dejamos ahí) “kirchnerismo” han tildado su nota de “gorila”, lo que no deja de ser una paradoja. Pero ocurre que muchas veces, a falta de mejores calificativos y de voluntad de profundización y análisis, por pereza se apela al término “gorila” para referirse a algo que no nos gusta, nos repugna o suponemos surgido de las cavernas del enemigo.

Compelido a comentar la nota por el editor de Pájaro Rojo, no puedo descansar en el cómodo recurso. Es que el escrito de Caballero no me parece gorila, sino insustancial, surgido de la necesidad (artificial y caprichosa) de justificar o defender a Cristina, tan artificial y caprichosa como la de quienes pretenden que es necesario defenestrarla.

Desde luego, el escrito de Caballero es bienintencionado, pero hijo de una concepción equivocada de la revolución (porque hay que recordar que quienes bregamos por la liberación nacional y la justicia social somos revolucionarios, no kirchneristas o peronistas o hinchas de Argentinos Juniors), y en el peor, de un sistema de prejuicios liberalizquierdistas.

Dejando esto de lado, en virtud del respeto y la credibilidad básica que merece todo compañero por el hecho de estar de nuestro lado y enfrentando a los mismos enemigos, opino que es fruto de una confusión ideológica y conceptual ligada a cómo se construye (y digo construye y no “hace”) una revolución.

Como atenuante, hay que decir que la nuestra, la de los setentistas, es una generación muy influida por la teoría del foco, un absurdo que en su momento precipitó muy serios errores.

Una digresión: sospecho que el Che nunca entendió la naturaleza y los mecanismos internos de la revolución que protagonizó. Suena loco, pero parecería que fue así, ya que Fidel nunca se diferenció demasiado de Lázaro Cárdenas, Pepe Figueres, Getulio Vargas o Perón, pero tampoco se diferenció de Mao o Ho Chi Minh, que proponían tesis opuestas a las del foco: la liberación nacional no es un golpe de mano; por el contrario, se va construyendo desde el seno del pueblo, en el pueblo y con el pueblo. En consecuencia, tiene que respetar sus tiempos, y más todavía porque es necesario nuclear a los más diversos sectores sociales e intereses que a uno le sea posible nuclear, lo cual, obviamente, va en contra de cualquier clase de pureza y apuro.

En este plano, si uno se toma en serio lo que dice con buena leche pero poco tino Caballero (pues arma una mezcolanza incomprensible con lo que no puede digerir) se vuelve zonzo y suicida. Y es que su “análisis” confunde las distintas lógicas y tiempos de diferentes espacios que, no por ser diferentes, tienen por qué ser divergentes.

La reconstrucción del frente nacional transita por al menos tres espacios en los que se debe trabajar en forma simultánea: está claro (y no se entiende por qué Caballero insiste en lo que es evidente para todos como si se tratara de un punto de controversia) que el pueblo conseguirá vivir mejor, con más derechos y seguridades, si pudiéramos retomar una política nacional y popular. Nadie discute esto. Ahora bien, el modo de llegar a esto es, mientras nos dejen, electoral, lo cual exige hacer acuerdos políticos y lanzar propuestas electorales que nos permitan ir construyendo una nueva mayoría.

Pero hay otro espacio, llamémosle social, el de la protección y defensa de los derechos sociales, que también supone construir mayorías, pero se trata de mayorías diferentes, de otras mayorías. ¿Cual es el propósito de estas luchas sociales? Lo que Emilio Pérsico ejemplificó impecablemente para definir el sentido de la marcha de días pasados, y no se entiende por qué despertó tantas iras “kirchneristas”, así entre comillas. Dijo más o menos algo así como “No estamos aspirando a volver al proyecto del año pasado. Estamos peleando por un pan dulce, un pollo y una sidra”.

Ocurre que mientras vamos construyendo la mayoría política suficiente para volver a ganar las elecciones y llegar a la posibilidad de retomar un proyecto de liberación nacional, los compañeros tienen que tener su sidra y su pollo para fin de año, tienen que poder garantizar sus derechos sociales y laborales, sus derechos humanos, como el acceso a la salud, la educación y la vivienda, necesitan defenderse. Y esa, la defensiva, es la naturaleza de las organizaciones gremiales, tanto si nuclean a los trabajadores formales y se llaman “sindicatos”, como si agrupan a los informales, desempleados y marginados y  en forma bastante redundante, se dan en llamar “organizaciones sociales”.

Una cosa, la lucha política, y la otra, la defensa social, van por carriles, en tiempos y según lógicas diferentes, pero no hay ninguna razón (excepto la estupidez o la traición) para considerarlas contradictorias. Al revés: son complementarias. Pero para ser complementarias, deben ser diferentes.

Aun así, la lucha política y la lucha social son insuficientes: es necesario trabajar en un tercer plano, el de la creación de una red, un sistema de contención y protección comunitaria, para amparar a nuestros compañeros en su hábitat, en su vida cotidiana, para que los muchachos no se vean tironeados entre el narco y la cana, que no pocas veces son lo mismo. En la práctica, esta construcción (así sea llevada a cabo tanto por agrupaciones políticas como por organizaciones sociales) tiene tiempos y lógicas diferentes a las de la política y las de la lucha social: son los tiempos y las necesidades de esa comunidad.

Pasa que si no entendemos que no somos un partido político, una suma de sindicatos ni un movimiento de pacotilla, algo así como una réplica berreta del falangismo o el fascismo, sino que somos (o debemos ser, o vamos siendo) un movimiento complejo, tumultuoso y contradictorio, un frente nacional, el germen, el embrión de una nueva sociedad, si no entendemos que debemos ser la nación en su ir siendo… pues no entendemos nada.

Lo otro, que si Cristina sí, que si Cristina no, es pura tontería. Hay que construir un movimiento y un frente nacional, que es un organismo vivo, lleno de tensiones y contradicciones. Y conducirá este proceso quien sea capaz de conducirlo. Si a Cristina le da la talla, nos ahorraremos mucho tiempo y sacrificios. Si no le da, mala suerte, y a llorar a la iglesia.

Enfrentamos a un auténtico Partido del Extranjero ante el que lo peor que podemos hacer es seguir creando divisiones y sembrando cizaña por celos, prejuicios, o peleas subalternas.

*De http://pajarorojo.com.ar/?p=30223 , donde se puede leer la nota de Roberto Caballero