“Yo no dejé nunca el alma que traje de la calle”. Se cumplen 62 años de la muerte de esa joven campesina que terminó convertida en una mujer única: Eva Perón. Su figura –dentro del llamado peronismo o de los que se identifican como kirchneristas- aún resulta desconocida. No se le otorga una real trascendencia. No se educa a la población sobre su tarea como “puente” de los trabajadores con Perón. No se informa que siendo hija ideológica de ese hombre de su vida, se formó durante tres años (1946-48) políticamente, aprendió historia (desde Plutarco) y luego algo de italiano, inglés y francés con Perón. Que enseñó a otras mujeres a tomar un nuevo lugar en la vida y envió cuadros femeninos al interior del país, para hacer un censo de lo que realmente sucedía.

Lo que se publicita más es que consiguió el voto femenino y creó una Fundación Eva Perón –que ella informaba no era asistencialista- para ayudar a los necesitados y eliminar los núcleos pétreos de la pobreza.

Hace 20 años (1994), publicaron sólo mil ejemplares de “Mi mensaje”, 79 páginas inicialadas desde su lecho de agonía por esa autodidacta. Las dictó Eva entre marzo y junio de 1952, cuando pesaba 38 kilos. Su testamento político, callado por las relaciones de fuerza existentes con los militares, la Iglesia y los sindicatos. Ocultado por 18 años de exilio, el regreso al poder en 1973 lo difundió poco, porque agitaría el arduo terreno. Enterrado por la dictadura y la “década perdida” (1989-99, el menemismo), la ocultación la completó la Alianza entre 1999 y 2001.

¿Quién acepta leer este texto inusual que aún hoy quema las manos? ¿Quién iba a publicitar entonces lo que Eva dice? ¿Que a la violencia de la antipatria debe oponerse la violencia popular organizada? ¿Que a los políticos corruptos y a los dirigentes sindicales traidores es fácil identificarlos por su insaciable sed de riquezas? Leerlo, rompe el alma. Eva le pide a las masas poner el corazón en favor de sus semejantes.

Supo siempre lo que era ansiar dar la espalda a las humillaciones de su infancia. Con mucho sufrimiento, fue lo suficientemente fuerte para salir adelante. La gente teme reconocer que puede sentirse indefensa en un mundo hostil. Eva creció sabiendo que debía mantenerse alerta, sospechar de todo y no confiar en nadie. Pero si alguien desconfía, a la larga se debilita, incluso en su salud. Sólo se abrió al nacer su amor a Perón. Fue un despertar que la cubrió de dicha. Conflictiva, el pudor la volvía agresiva. Como si aquella campesina que fue (perdida, casi solitaria y de15 años en Buenos Aires) estuviese a punto de llorar sola.

Y surgían en ella dos miradas: una punzante si intuía frente a sus ojos a algún enemigo o un ventajero; y otra de una dulzura extrema cuando vislumbraba el dolor ajeno, como si estuviera a punto de romperse su mirada. Ella ganó esa guerra que los pobres venían perdiendo desde décadas. La ganó armada con el rubor y la alegría de su coraje moral.

Nunca se protegió de la vida, aún a riesgo de morir, como ocurrió. Por eso desoyó los cantos de sirena de la oligarquía, que buscó cooptarla. Fue una primera dama rara, que se apartó del rol pasivo al ponerse en el punto de mira de las multitudes. Rotunda, sólo atacaba si se sentía amenazada. Ella conocía que, para no levantar sospechas, no hay que estar en la primera fila ni en la última, sino en el medio. Pero su valor la lanzaba hacia adelante, a la lucha para mitigar el dolor de los otros.

Tomó su vida como una “misión”: erradicar la fría pobreza trabajando 17 horas diarias, como avala su mayor especialista, la norteamericana Marysa Navarro en su libro “El trabajo de cien hombres hecho por una mujer”, rebautizado en 1981 (cuando el mundo ya conocía su increíble tarea) “Eva Perón”. Al mismo tiempo, era un excelente cuadro político que impartió clases sobre la Historia del Peronismo, formó un grupo de enfermeras excepcionales (destruido por la Revolución de 1955) y con el aporte del sanitarista creador de la salud para todos, el santiagueño Ramón Carrillo, inauguró 62 hospitales, duplicando los ya existentes; e incluso duplicó las camas hospitalarias, que llegaron a sumar 133.000. Tarea gigantesca en sólo 6 años. No elogiada jamás por algún partido. Las clases que dio sobre peronismo (y sobre el marxismo) tenían una mirada crítica sobre el capitalismo individualista que presidía la Tierra.

La joven de mirada castigada se transformó en “esa mujer inigualable” (así la definió Perón) y entendió que el sistema capitalista fracasaba y era necesario cambiarlo, para que no siguieran venciendo los mismos. Fue incluso, como hoy Cristina, una celosa defensora de la soberanía.

Nunca se arrogó ser la dueña de lo que otorgó a la gente. Señaló: “Lo que doy es lo que antes les han quitado”. Pero tras el golpe y la caída del peronismo en 1955, toda su obra sería deshecha, pues informó el general Villareal que era a la única a quien le tenían miedo. Robaron su cadáver, lo mancillaron y enterraron en Italia; quemaron juguetes de su Fundación y rompieron las máquinas de coser. Lo que es peor: basta recorrer el interior del país para darse cuenta de que nadie ha inaugurado nuevos hospitales en 60 años. Salvo la Presidenta actual.

Hay un parecido de Cristina con Eva, herederas del odio de clase por aquellas reivindicaciones extraordinarias que Eva inició y Cristina ha procurado acrecentar. También a ésta la insultan, y de aquel “Viva el cáncer” pasaron a tildarla “yegua” a la Presidenta. El símil no es lineal, el proyecto nacional y popular ha cambiado. La formación cultural de Cristina es distinta, proviene de otro entorno social. Lo lamentable es que Evita no sea valorada por los argentinos, que copiaron la mirada extranjera y la ven, en su mayoría, como una mujer exaltada e inculta, amante del lujo y de las joyas. Todo ello dista mucho de lo que ella fue realmente. Se analiza aquel proceso histórico y el armado colectivo del peronismo, sin estudiar en profundidad los hechos ciertos del pasado.

Ejemplo: Ricardo Guardo era odóntologo y con ideología. Solicitó una entrevista a Perón. Dijo que podía mejorar la Facultad y realizar obras. “Hágalas”, ordenó Perón, que delegaba como nadie. La relación creció y Guardo fue el Presidente de la Cámara de Diputados. La seriedad de Guardo convenció a Perón; pidió a su esposa Lillian como compañera de Eva para el viaje a Europa: “Si usted no la acompaña, no va”. Lillian fue. Nunca se tuteó con Evita. Ésta le narraba sus miedos, o a quedar mal, su fastidio por la ropa lujosa que usaba por orden de Perón. Tras 50 años aclaró Lillian Guardo: “En su viaje jamás pisó un banco suizo”. Tras el golpe los Guardo pagaron caro ser fieles: inhibieron sus bienes y Lillian, de familia rica, debió trabajar: primero coser, y luego cocinar.

Lo cual revela la trastornada incultura del “gorilismo”, todavía vigente, que fabuló fortunas escondidas. ¿Por eso hubo que hacer una colecta entre los gremios para comprarle a Perón la casa de Gaspar Campos al retornar en 1973? Su única propiedad era la quinta de San Vicente. Tras irse en 1955 vivía dos años después, en 1957, humildemente en un hotel sin “estrellas” en Panamá (el “Colón”) y comía en una cantina por canje, a cambio de firmar autógrafos. Lo notó así de pobre Emilio Perina, notorio antiperonista autor de la novela “La Mary”, que filmaron Susana Giménez y Monzón. Luego fue Perina embajador de Menem.

¿Y aquí qué pasó tras el golpe? Aunque Perón dejó al país sin deuda externa (era mínima, sólo 200 millones de dólares) el nuevo ministro de Economía, Raúl Prebisch, aseveró que el país estaba fundido, hizo una maxidevaluación, bajaron los salarios, publicaban los diarios que Perón había sido tirano (raro, elegido dos veces) y ladrón, echaron a técnicos alemanes que construyeron el Pulqui II (2do. avión más veloz del mundo) y compraron aviones Gloster Meteor a Gran Bretaña. Se inició el endeudamiento con el FMI, cerrado hoy con el Club de Paris.

El terreno en ese suburbio alejado de Madrid que era Puerta de Hierro, lo pagó en 1959 Jorge Antonio. La casa costó a Perón cien mil dólares que envió Frondizi (por medio de mi amigo Ramón Prieto, comunista, que luchó  en la guerra civil española y fue autor de una buena novela) agradeciéndole por haber apoyado su programa en 1958.La casa, con malos cimientos, la arregló Perón en 1963 con dinero ganado en una feria de artesanías argentinas. De allí que el dictador Lanusse tentara lograr su sostén en 1971: le restituyó 2 millones de dólares en sueldos atrasados. Digno, Perón le negó su apoyo: “Yo estoy amortizado”, dijo.

La inclusión social del peronismo no obtura admitir el autoritarismo de  su gobierno, sin el cual era difícil “realizar” algo ante una egoísta clase alta dominadora de la sociedad. Ahondar en las 76.000 obras públicas que la incluyeron le duele hoy a la clase media, trepadora y negadora. Eva en la iconografía se rodeaba entonces de niños cabecitas negras, no de rubios de la publicidad típica en el país. Aún muerta, el temor a su labor hizo que en 1956 demolieran la Ciudad Evita con tanques (en ella se basó Walt Disney para crear la mítica Disneylandia), rellenando las piletas de natación con cemento, para que nadie las usara jamás.

Expulsaron a los ancianos de los 5 asilos, quemaron miles de abrigos y colchones porque tenían el logo de la Fundación, bombardearon la casa donde había muerto (allí vivían los presidentes, el palacio Unzué, hoy ocupado por la Biblioteca Nacional), abandonaron la construcción del hospital pediátrico más grande de América (cuyo nombre iba a ser “Eva Perón” y se convirtió en el tétrico Albergue Warnes, ocupado por pobres y luego demolido), la reemplazaron como mascarón de proa de la fragata Libertad que llevaba a los cadetes por el mundo, y duró 14 años el secuestro de su cadáver, hasta 1971. Tras el golpe de 1976, el cruel almirante Massera (falso amigo de Isabel Perón) propuso arrojar su cuerpo al mar (como otros miles de desaparecidos), pero la asesina Junta Militar decidió darle “cristiana sepultura”, gesto al menos loable.

Aún está en pie el Museo Evita (en calle Lafinur, cerca de Avenida del Libertador), donde con lujo e higiene paraban las familias que traían a sus hijos del interior a operarse. Allí pasaban su período preoperatorio y posoperatorio, con dietas balanceadas, algo adelantado en la época. Hoy en el conurbano siguen aquellos hospitales levantados por Evita; o el otro en La Pampa, con sus lujosos mármoles de Carrara. En esos hospitales incluso se pasaban películas. Ese genio admirable, Ramón Carrillo, ordenó los trenes sanitarios que recorrían el país previniendo enfermedades y sacando radiografías, igual que a los niños y jóvenes que participaban en los campeonatos Evita: con ellas se detectaba la tuberculosis, dura enfermedad de la época. Hizo 19 Hogares Escuelas (en ellos había 25 mil chicos) como el de Ezeiza; de éste partieron los criminales para realizar la masacre que atisbamos en Ezeiza en 1973.

El médico de EE.UU. que operó a “la Perona” (insulto opositor) pensó que ese sanatorio era privado. Se asombró al saber que era público y a la altura de los mejores de su país. Eva anhelaba que su Fundación evitara la emergencia social, hasta instalar una Argentina productiva.

Al partir Eva, la Fundación había construido 21 hospitales y policlínicos en 11 provincias, con 22.650 camas. Poseía el Hogar de la Empleada un comedor con precios bajos, para 1500 cubiertos, abierto al público.

¿Qué decía Eva en “Mi mensaje”, para enojar tanto a los militares, a la Iglesia, a los imperialistas, a los políticos y a sindicalistas? “Mejor sería acaso que me callase –afirma al partir-, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir. (…) Quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión, quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo, como para que ahora me pueda callar”.

¿Realmente le dolía el dolor de “los explotados de todos los pueblos?

Veinte países recibieron víveres, medicina y ropa de la Fundación en 1950. Pocos saben que en 1947 envió un barco con esos elementos a Harlem, pobrísimo barrio negro de Nueva York. Aquí había conocido al excepcional escritor negro Richard Wright, ex comunista exiliado de su país. Lo cierto es que un enemigo de Perón, el ex embajador Spruille Braden (que inspiró el eslogan ganador “Braden o Perón” en 1946) se puso furioso y dijo que no necesitaban limosnas. Otros decían que fue un gesto demagógico. Demagogo, según los griegos, es quien miente para lograr poder. Perón y Eva ya lo tenían. Tildaron demagoga a Eva por el voto femenino. Los mismos ignorantes de ahora. No sabían que en Gran Bretaña estaba desde 1929. Los negros, además, no votaban aquí. Sólo accedieron al voto en los EE.UU en 1964, 17 años después. Pero antes debían anotarse respondiendo difíciles preguntas. Por ellas  los rechazaban. Su acción prueba que Eva amaba a los desposeídos.

El 26 de julio se cumple un doble aniversario: la partida de Eva Perón (1952, a los 33 años, edad de Cristo, del cual era fervorosa creyente) y el asalto al Cuartel Moncada al año siguiente (1953), por el que sería condenado a prisión Fidel Castro tras su gran defensa: “La Historia me absolverá”. Asalto preludio de la revolución cubana triunfante el 1° de enero de 1959. Otra coincidencia es que el cumpleaños de Perón y la muerte del Che Guevara, ocurrieron en la misma fecha: 8 de octubre.

Cuando se hace el bien es preciso hacerlo con alegría, dice el Talmud. Eso realizó Eva. ¿De qué vale la vida si no es para darla?, la inquietud que se desprende de “Mi mensaje”. Tal vez porque la adversidad, dijo Seneca, vuelve al hombre (y a la mujer) sabio. O quizás Eva estudiaba a sus adversarios porque conocía a Aristófanes: “Los sabios aprenden mucho de sus enemigos”. Lo certificará la segunda parte de esta nota.

Eva el fuego, la llama alta, el carbón siempre encendido de la rebeldía.