Las redes viralizan todo, incluso el hambre. Sigue la recesión en Europa tras nueve años. Y deben elegir: salarios bajos o despidos. Grecia acaba de bajar su jubilación de 484 a 382 euros originando suicidios. La pobreza no escandaliza. Para las nuevas generaciones no existen buenos y malos, sólo ganadores y perdedores. Votan con esa idea. La Unión Europea (UE) gime, el dueño del mundo cierra su economía. A la UE no le inquietan ladrillos para el muro mexicano ni el freno a los migrantes; su proceder es similar. Ve su chance en las secuelas para las exportaciones latinoamericanas.

Así, desairada por Trump, Merkel viajó al Mercosur para colocar productos. En todos lados durante las últimas décadas la situación empeoró día a día. La gente tiene menor poder de compra que sus padres, pues los salarios bajan y quien no se adapta queda fuera del Sistema. Europa es un estado Hood Robin: impuestos a pobres bajando los de ricos. El resultado: esa minoría conduce al planeta.

Soldado de una armada rebelde, abre puertas el director inglés de 80 años Ken Loach, en 2016 ganador de la Palma de Oro en Cannes con “Yo, Daniel Blake”. Desde 1966 su cine frecuenta temas urticantes. Narra la historia de un carpintero viudo de 57 años que en Newcastle padece un ataque al corazón. Lo sentencia, si trabaja, a morir. Alquila y pide ayuda estatal, aportó a la Seguridad Social. Pero la ART no lo asiste y le exige hallar antes otro empleo.

Esperas absurdas y vericuetos de cuanto resta del Estado de Bienestar iniciado, como en Argentina, en 1946. Loach hizo un documental admirable, “El espíritu del ´45”, donde explica su génesis, y la reciente elección del radical laborista J. Corbyn lo reivindicó. Ordenan a Daniel reclamar en Internet y no sabe, para él es tiempo de ajuste y mundo kafkiano. Conoce a Katie, madre soltera con dos niños arrojada al desarraigo familiar al mudarla a una vivienda social en vías de derrumbe a 400 kms. de Londres, donde “no hallan” donde alojarles pese a 10.000 casas vacías. No la toman ni para limpiar y no come dos días para que coman sus hijos.

Él arregla el lugar. En el rico Reino Unido muchas familias destinan el 50 % de ingresos a la comida y quienes ganan poco o cobran pensiones optan: comer o tener gas. Daniel se ingenia, sin luz ni gas, para que los niños no mueran de frío. En ese laberinto, alguien sin dinero es nadie y debe recurrir a la caridad de los comederos. Aislados, crece una amistad pudorosa y se ayudan mutuamente

Mientras ella, sin decirle, se prostituye, el antihéroe sufre el rechazo al Otro, la omnipotencia de la plutocracia. Este crédulo del Sistema se vuelve un hombre a contramano. Su inconformismo nace cuando no logra cambiar el afuera. El film detalla su impotencia, la injusta prisión por rebelarse en la calle y la mutua tragedia. Daniel ignora que según J. Stiglitz, Nobel de Economía, el 1 % de la población mundial, verdugo de sueños, posee el 99 % de la riqueza. Loach crítica el fetichismo exitista y describe la pérdida de inocencia de Daniel. ¿Y Katie? Sometida, piensa que no vale nada, se da a quien le pague. La solidaridad de él resucita su vergüenza moral. El guionista neorrealista C. Zavattini inquiría: “Los hombres que viven cerca nuestro, ¿qué hacen, cómo viven, sufren quizás, por qué?”.

Suerte de Diógenes que ilumina ese mundo distante de la trivial  clase media, Loach revela apego a quienes subsisten escarbando algo legal o ilegal para durar un día más, como los de los “Cuentos romanos” de A. Moravia. Son quijotescos “hombres de bien si es que ese título se le puede dar al que es pobre” –escribe Cervantes–víctimas frente a un poder que les hace pagar lo que no han hecho.

Al enfrentar la rigidez burocrática, Daniel no pierde su dignidad, sin ella sólo cabe rendirse. Preso igual que Cervantes, no llega a ser, como éste, un esclavo, pero sí otro vejado, un Quijote más. Katie lee tensa en su funeral líneas a lápiz: “No soy un agitador, parásito, mendigo ni ladrón. Nunca dejé de pagar algo. Miraba a mi vecino a los ojos y lo socorría si podía. No acepto la caridad. Exijo derechos”. Petición de quien aún podía dar mucho y frustró un Estado ausente.

Seres solitarios, prosiguen la búsqueda de Dostoievski: convertirse en más humanos. Por razones de altruismo, soledad, compasión. No es Loach un filósofo, sólo un testigo. Recrea en nuestra mente el mito de la cueva de Platón: prisioneros encadenados al nacer miran en la pared de una cueva las sombras de quienes pasan, reflejadas por la luz de una fogata, y creen a eso la realidad. Portavoz de los débiles, el film luce la sencillez espartana heredada de “Umberto D” de V. De Sica (admirado por el impar Chaplin) o de filmes del genial Rosellini, quien enseñó a mostrar sin juzgar, para que el espectador decida. Así como Cesare Pavese llamó a Hemingway “el Stendhal de nuestro tiempo”, Loach es quizás el Rosellini del siglo XXI. En tanto el sálvese quien pueda genera exclusión, el lema de Trump (“Ganar es todo”) encandila: usar cualquier medio para vencer.

En EE.UU no hay aguinaldo y la jubilación es privada. En la UE aumentaron ya la edad. Pronto habrá que aportar 45 años en un mundo sin trabajo. ¿Cómo subsistirán quienes no se reinserten?

Este caldero con parados en todo el orbe debe ser contado. Balzac mezclaba el análisis psicológico con el melodrama y Dickens la comedia con el sentimentalismo; podían ser altos y bajos a la vez. “Las cosas están ahí –decía L. Visconti–. ¿Por qué manipularlas?”. Y Flaubert, en una carta: “¿Conocen el hastío (...) que hace de un ser inteligente una sombra que camina, un fantasma que piensa?”. Los pueblos se han hastiado. Miles de huelgas lo reflejan. Dado que según Leon Bloy el tiempo “es un perro que sólo muerde a los pobres”, las clases medias creen que vivirán felices recluidas en un consumo eterno. Europa revela que no es así. Exhibe un luto sin fin.

No sorprende que a la cita de Marx: “Los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas” le grite la clase media que teme perder casa, auto, etc. Moldea sus oídos este siglo virtual. El sutil maniqueísmo en los medios corporativos mundiales logró un apoyo pasivo al retroceso social. Debido a la anestesia mediática parte de las masas admiran y envidian, inexplicables, a quienes las explotan

Ayudan el desencanto causado por las tibias izquierdas tras caer el comunismo y un odio de clase al temido “populismo”, lo cual facilitó 38 años de neoliberalismo. Padecemos un renacer de la xenofobia. Pero el fascismo no da soluciones, aunque lo camuflen como virgen pos neoliberalismo. Es capitalismo y éste mata, apuntó Francisco. ¿Y la democracia? Ironizó B. Franklin (murió en la R. Francesa): “La democracia son dos lobos y un cordero votando qué van a comer”.

Fue Lord Acton (1834-1902) quien dijo lo que los sofistas atribuyen a Maquiavelo: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Cuando una oligarquía logra concentrar el poder, los académicos la definen con la cita de Acton. Más lúcido sería rotularla “conspiración” (en latín significa “respirar unidos”) para acaparar beneficios actuales y futuros con un maquillaje justiciero que encubre el endeudamiento externo, la transferencia de recursos de abajo hacia arriba y un lobista amiguismo para realizar negocios.

Cansada de recortes del neoliberalismo en el Reino Unido la gente votó al laborismo pero descubrió que la posibilidad de cambio era inexistente. Tony Blair siguió con el ajuste, igual que ese supuesto “socialismo” en España. No mandan los gobiernos sino el mercado y la banca con los financistas, aplaudidos por medios hegemónicos.

Según Engels, en casa el hombre es el burgués y la mujer el proletariado. Ciertos dirigentes actúan como ese burgués, por afán de dominio. Otros (Jeremy Corbyn) rescatan tiempos en que se vivía mejor. La crueldad de los recortes mundiales no es sólo culpa de los gobiernos. Pues los llevan a cabo a veces con engaños, pero  otras con un 40 % o más de aprobación popular. No cambiarán las sociedades que el cine refleja orwellianas con inventos en las redes, sino educando a pueblos mal informados. “Si la gente aprendiera desde pequeña –escribió Ingmar Bergman- a preocuparse por los demás, el mundo sería distinto”. Hoy es un lugar donde pocos viven de pan y esperanza. Y millones sufren con esperanza pero sin pan.