En el debate del anteproyecto de modificación del código penal quedó en evidencia que para algunos sectores el aumento de penas es algo positivo ya que supuestamente previene el delito. Casi linealmente, con una mirada conductista, se plantea que penas más largas es igual a más seguridad.  Sin embargo, la violencia tiene raíces más profundas y complejas. No es una respuesta lineal que se ajusta con la variable del aumento de penas. Según León Carlos Arslanian, “la función evitadora del código Penal es casi nula. Se hace cargo de las consecuencias y castiga a quien delinquió. No evita que quien delinque lo haga. Lamentablemente, la meta de la prevención tiene un carácter relativo”

Paralelamente, la historia reciente nos muestra que estos pedidos de mano dura no se traducen en endurecimiento de medidas para los delitos complejos, de guante blanco o para las redes delictivas con vínculos con los grupos de poder. Estos pedidos de endurecimiento se traducen en un aumento de detenciones de sectores que tienen menos herramientas económicas e intelectuales para defenderse.

En ese sentido, lejos de la imagen que circula en el imaginario colectivo de que vivimos en un exceso de garantismo, podemos ver que durante los últimos años las detenciones crecieron sistemáticamente. En el año 1996 teníamos 25.163 presos y en el año 2012 llegamos a tener 62.263. Es decir, como sociedad, tenemos mucho más del doble de los presos que teníamos a mediados de los 90. Sin embargo, no nos sentimos más seguros. En realidad paradójicamente cada vez pareciera que tenemos más miedo.

Claramente, más allá del discurso de la demagogia punitiva, aumentar las penas y la cantidad de presos no generó más seguridad.

Asimismo, la cárcel genera efectos que muchas veces dificultarán aún más la inclusión pos penitenciaria. El haber estado preso es un estigma, a esa persona se le dificultará vincularse con su entorno familiar, con sus vecinos, con sus afectos. También le será difícil conseguir un empleo.

Como dijo el sociólogo argentino Gabriel Kessler, si a un joven, que sabe que robar está mal, se lo lleva a la cárcel de buenas a primeras, además de generar en él resentimiento y un estigma que le resultará muy difícil sacarse de encima una vez que cumpla su condena y salga de la cárcel, se lo podrá estar vinculando con otros individuos en una carrera profesional del delito. De esa manera, la cárcel, lejos de resolver los problemas recrea las condiciones para que se agraven.

Como señalábamos inicialmente, algunos oportunistas con su pensamiento mágico buscan aumentar las detenciones en condiciones precarias para saciar el miedo de ciertos sectores. Porque la idea que subyace en el imaginario colectivo es conductista. Por lo tanto, cuando más profundo y brutal sea el castigo, mejor. Sin embargo, lejos de prevenir la inseguridad, una violencia exacerbada del aparto punitivo del Estado genera inevitablemente más violencia y exclusión.

Roberto Samar @robertosamar

Licenciado en Comunicación Social UNLZ

Docente dela UniversidadNacionalde Río Negro