A pesar del título, es una carta selectiva. No va dirigida a los herederos del radicalismo de la década infame (como aquellos concejales que prorrogaron desde 1936 la concesión de la CHADE (luego CADE)-Compañía Hispano Americana de Electricidad- (1), al precio de $100.000 de aquella época, más el aporte de los fondos  para  la compra de la Casa Radical de la Capital Federal). Es ese radicalismo que luego fue la viga central de la Unión Democrática aportando la fórmula presidencial  Tamborini-Mosca. Ese radicalismo que fue el caballo del comisario de la Revolución Fusiladora, derrotada electoralmente por una astilla que se presentó como la superación progresista del partido: la Unión Cívica Radical Intransigente de Arturo Frondizi. En el presente, ese juego de las dos alas principales, la alvearista es la que triunfó en el Congreso de Gualeguaychú que inclinó la balanza para el acuerdo electoral con el PRO. Pero en el itinerario del pronunciado declive después de la cima alcanzada en 1983 donde derrotó por primera vez en elecciones libres al peronismo, siguió un curso a partir de 1987 de caída en caída, con la entrega anticipada del gobierno en 1989, el Pacto de Olivos, el oscurecimiento de la figura de Alfonsín hacia adentro y afuera del partido. De la mano de Chacho Álvarez y el consentimiento de Alfonsín de integrar una Alianza, llegan nuevamente al gobierno del cual sale Fernando de la Rúa en helicóptero, cerrando un ciclo que se inició con dos muertos en Corrientes y se cerró con la mayor crisis económica del siglo XX y más de una treintena de muertos en manos de una represión descontrolada.  A partir de ahí, en el 2003 el radicalismo hizo la peor elección de su historia, no llegando al 3%; alquiló un candidato presidencial como Roberto Lavagna en el 2007, llevando como vicepresidente una figura liliputiense como Gerardo Morales; en el 2011, el hijo de Alfonsín, Ricardo, hace alianza con el empresario menemista Francisco de Narváez, un avant premiere de la que concretaron cuatro años después con Mauricio Macri.

Raúl Alfonsín después del Pacto de Olivos entró en un eclipse que sólo la muerte lo rescató de la crítica de los propios candidatos radicales que lo consideraban piantavotos. Desde entonces su imagen fue creciendo en una valoración menos desequilibrada.

En la actualidad, el partido de Alem ha constituido con el PRO una sociedad de capital e industria, donde el radicalismo puso el capital electoral y el macrismo la mano de obra y una constelación de CEOS. Contrariamente a lo que sucedía en la sociedad comercial hoy eliminada donde el socio capitalista imponía las grandes líneas y la estrategia, en esta coalición política el que pone el trabajo es el que somete al socio capitalista a quien ignora, ningunea, y lo somete en forma intensa a la relación desigual entre empleador y empleado. En la Capital Federal, desde hace más de una década hay un trasvasamiento del radicalismo al macrismo, donde este último construyó su base territorial de proyección.

CAMBIEMOS es la última estación  conocida de una pendiente en donde el viejo partido de Yrigoyen decidió archivar su slogan preferido invirtiendo el sentido: ahora optan por doblarse antes que quebrarse.

CARTA ABIERTA A LOS RADICALES YRIGOYENISTAS  

Supongo que si siguen siendo yrigoyenistas y permanecen en el partido, deben sentir un profundo malestar. Yrigoyen ha sido el político que encabezó el primer movimiento nacional y popular y representó a las clases medias, fundamentalmente de origen inmigratorio, desarrollada en los intersticios de la pretendida colonia próspera. Ya entonces los ganadores de las guerras del siglo XIX que levantaban un discurso republicano, se sentían cómodos con elecciones tramposas y amañadas. Yrigoyen decidió representar a los sectores populares y denunciar esa farsa recurriendo desde la abstención revolucionaria a las insurrecciones armadas. Eso obligó al Régimen a la concesión de la Ley Sáenz Peña  que implicó el voto universal secreto y obligatorio (aunque sólo para los hombres). Más allá de sus manchas oscuras (la Semana Trágica, los fusilamientos de la Patagonia) Yrigoyen representó la llegada de la masas a la Casa Rosada. La neutralidad durante la primera guerra mundial, una política internacional soberana en los límites de las posibilidades,  el no reconocer  a la bandera norteamericana en 1919 ante la invasión de ese país a la República Dominicana desde 1916, con la orden clara: "Id y saludad al pabellón dominicano en reconocimiento a su independencia y soberanía", el impulso a YPF, la Reforma Universitaria, el enfrentamiento con las empresas petroleras, la propuesta de un proyecto de ley para modificar el régimen agrario del país, retenciones a la importación del 5% que se destinarían a un fondo para reparar las pérdidas de los pequeños agricultores,  rebaja del 50% para los arrendamientos rurales, son apenas algunos de los hitos reivindicables de sus gobiernos.

Su derrocamiento en el marco de la crisis mundial de 1929, alentada por la oligarquía,  las empresas petroleras, los diarios que llegaron a calificarlo de “fraudulento, corrupto y antidemocrático”, la FUA que  lo llegó a caracterizar de tirano, los estudiantes que gritaban  “Democracia si, dictadura no”; el dirigente estudiantil Raúl Uranga que muchos años después fue gobernador de Entre Ríos por el desarrollismo que lo calificó de “caudillo senil y bárbaro”, y el odio incentivado del poder crearon el clima que alentó el saqueamiento de su casa a su derrocamiento, contrastaron con la multitud dolorida que apenas tres años después acompañó sus restos. Junto al cadáver de Yrigoyen lo que entró en descomposición fue el Partido Radical. De sus entrañas surgió FORJA ( Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) encabezada por Arturo Jauretche  con presencias notorias como Homero Manzi , Raúl Scalabrini Ortiz,  Juan Fleitas, Manuel Ortiz Pereyra, Luis Dellepiane, Gabriel del Marzo, Jorge del Río, Atilio García Mellid y Darío Alessandro.

Sus denuncias y escritos, sus consignas (“Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”,  “Radicalizar la Revolución y revolucionar  al radicalismo”) fueron luces que iluminaron la noche oscurísima de la primera década infame  y en diez años  construyeron el puente entre el radicalismo y el peronismo.

El cuarto gobierno radical, el de Arturo Illia, cuyo llegada al gobierno fue impropia de un demócrata pues se concretó con la proscripción del peronismo, aprovechó paradojalmente  la fortaleza de la sociedad y la economía dejada por el peronismo que sobrevivió a la destrucción acometida por el golpe gorila de 1955 y realizó un nacionalismo defensivo, con una política exterior similar a la de Yrigoyen,  negándose a convalidar la invasión norteamericana a Santo Domingo y el envío de tropas, con triunfos diplomáticos como la resolución 2065 favorable a la posición Argentina sobre Malvinas, con un proyecto económico con fuerte intervención estatal, con enfrentamientos ríspidos y valientes en materia petrolera y  medicamentos. 

Veinte años después del arribo de Arturo Umberto Illìa a la presidencia en elecciones con proscripciones, Raúl Ricardo Alfonsín accedió a la presidencia realizando una extraordinaria campaña electoral, con un discurso amplio e incluyente, superando su antiperonismo juvenil  y aprovechando la pesadilla, que en  la memoria colectiva  dejó el gobierno de Isabel.  En sus dos primeros años tuvo iniciativas muy ponderables como el histórico Juicio a las Juntas, los intentos de romper la asfixia económica de la deuda externa heredada de la dictadura durante el Ministerio de Economía a cargo de Bernardo Grinspun, la ley del divorcio, el  responderle al sorpresivo  discurso del presidente Ronald Reagan en los jardines de la Casa Blanca y más adelante su enfrentamiento con la Sociedad Rural. Su gobierno estuvo atravesado por la contradicción de su política desmalvinizadora y el intento de darle una salida al endeudamiento del país.

Tanto Illia como Alfonsín tuvieron  rasgos identificables con el yrigoyenismo, del  que careció totalmente el gobierno de Fernando de la Rúa. La degradación posterior culmina en la sociedad con el PRO. De ese “radicalismo que no baja las banderas” a éste que las entierra, hay un traumático recorrido en donde asume las del socio que representa a las corporaciones. Del juicio y castigo a los responsables del terrorismo de estado, a que el Presidente que votaron ignore el número de desaparecidos. Del partido que le daba un papel importante al Estado en la economía, a la libre competencia, la meritocracia, la teoría del derrame, y el alineamiento incondicional con EE.UU. Al sueño del Mercosur de Alfonsín al Tratado Trans Pacífico. De los avances en Malvinas conseguidos durante el gobierno de Illía, a minimizar la cuestión, todo en el banal intento de que la Canciller obtenga un puesto en las Naciones Unidas.

En casi todos los temas la política y las medidas económicas de CAMBIEMOS niegan el mejor pasado de los radicales. La mayor parte de los dirigentes de  la Coordinadora, representantes de una juventud radical que le dio vida en los inicios de los ochenta a un partido  acostumbrado a ser sólo el opositor principal del peronismo, hoy hacen honor a aquella afirmación de Arturo Jauretche que muchos jóvenes inician su militancia subiendo al caballo por la izquierda y cuando los años pasan  se bajan por la derecha.

Cuando un radical ataca con términos descalificatorios y hasta escatológicos al populismo, no sólo no reconoce a Yrigoyen: lo insulta subrepticiamente  y transita un andarivel como si Fangio hubiera renegado del automovilismo  y la velocidad, Maradona del fútbol o Guillermo Vilas del tenis.

La gobernación en Jujuy  del pequeño Gerardo Morales recuerda en muchos aspectos el apoyo del radicalismo a la Revolución Fusiladora. ¿Cómo es posible que los yrigoyenistas se mantengan silenciosos en el interior del partido?  El mismo que en las internas de CAMBIEMOS obtuvo el 3% de los votos. Eso quiere decir que confiaban más en Macri que en los candidatos del palo, que igual sacó  un raquítico 24%. Y la paradoja es que Ernesto Sanz desde el radicalismo y Elisa Carrio desde su partido unipersonal  pequeñísimo  tienen más peso que los tres gobernadores radicales juntos.

¿Dónde están los yrigoyenistas en el partido? Por fuera se nuclean alrededor de Leopoldo Moreau,  Leandro Santoro, Gustavo López, la versión actual de la  FORJA histórica de 1935, aquella que constituyó el puente entre los dos movimientos populares del siglo XX. Los que se mantienen en el partido conducido por el alvearista Ernesto Sanz ¿han sido vaciados de sangre, le hicieron una transfusión de resignación, son meramente  testigos de un fraude político? ¿Aceptan pasivamente la denostación del populismo, que en 1916, según  el lenguaje de la época se denominaba personalismo  de lo que fue acusado Hipólito Yrigoyen y más tarde Raúl Ricardo Alfonsín?

¿Reducirán su prédica anticorrupción a la estrechez de los bolsos, a los ladrones del presupuesto, mientras permanecen aliados al representante del poder económico donde siempre la corrupción es superlativa y estructural y consiste en  lucrar con el  canallesco delito de  la venta del país?

Son a la mejor historia del radicalismo lo que el menemismo ha sido al peronismo. Se los ve convencidos cuando acuden “valientemente” a programas ultra favorables, donde defienden las políticas antipopulares del macrismo con un entusiasmo digno de mejor causa. Algunos lo hacen enterrando lo mejor de su pasado, tratando de acomodar la historia del partido y su historia personal a los desvíos actuales.

Siempre se está a tiempo de redirreccionar la marcha y no avanzar hacia el precipicio. Parafraseando a Ricardo Balbín que recordó en forma desafortunada a Almafuerte a pocos días del golpe establishment- militar del 24 de marzo de 1976, se puede decir: “Todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de su muerte”

Es preferible acercarse a la historia que protagonizar una historieta. Aunque esa historieta permita tener tres gobernaciones y mantener alrededor de 450 municipios y una cantidad apreciable de legisladores. El acuerdo con el macrismo le garantiza en la práctica cargos, a cambio de la prescindencia en las decisiones y  mantener sus disgustos en silencio. Sus votos se han canjeado por la carencia de voz y el desdibujamiento de su mejor historia.          

La intransigencia de Yrigoyen, la honestidad de Illia, las convicciones de Alfonsín no merecen el penoso presente radical.  Son el acoplado de un camión que recorre un camino a contramano de su mejor historia.                             

(1)   Escribió Felipe Pigna en el Blog  “El historiador: “El 29 de octubre de 1936 con los votos radicales, conservadores y socialistas independientes, el Concejo Deliberante de Buenos Aires promulgó la ordenanza 8.029 otorgando a la CADE una nueva concesión hasta el año 1997 (por distintos avatares políticos no llegaría a cumplirse, pero rigió por décadas).

Además la empresa consiguió del "generoso" gobierno del general Justo la exención impositiva de la empresa a cambio de que la misma quitara la letra "H" de hispano en su sigla. La empresa pasaba a llamarse Compañía Argentina de Electricidad. El Estado le perdonaba graciosamente a la empresa el reintegro de más de 60 millones de pesos que les había cobrado de más a los consumidores (0,35 pesos en vez de 0,25 pesos el kilovat), argumentando una "confusión”……….. Se dijo que cada concejal que votó por los "favores" a la CADE cobró 100.000 pesos de entonces. Un sueldo promedio era de $ 150 mensuales. La Comisión Investigadora estableció también que 66% del presupuesto de la campaña electoral de la UCR en 1937 fue costeado por la CADE, así como el 100% del costo del local central del partido (la Casa Radical).