Me desperté con los ojos hinchados. Podría ser alergia, podría ser conjuntivitis, pero no. Me levanté con los ojos hinchados de llorar. "¡Y a mi qué me importa!, ¿de llorar por qué? ", deben decir. Pero lloro por nosotrxs. Lloro por todxs y por lo que falta. Lloro porque no sé qué otra manera tengo de canalizar lo que me pasa.

El sábado fui a un barquesehaceboliche a festejar el cumpleaños de la chica con la que salgo. Ella me presentó a los amigos en ese mismo momento así que había nervios per se. El tema es que la noche no depararía solo esos momentos de tensión, si no otros, más violentos y disruptivos. Más de angustia y llanto frente al espejo.

Contra la columna nos dimos algunos besos hasta que sentí un flashazo en la jeta y frené. Giré la cabeza y ahí estaban, ocho boludos con cara de paja que miraban la situación hipnotizados y forzando la excitación. Nos habían sacado una foto, como si fuéramos animalitos del zoo. Como si en realidad nuestro cariño y nuestro placer fuera un espectáculo, un show erótico gratis.

Me enojé tanto tanto que sentí la necesidad de revolear trompadas al aire, cosa poco favorable porque eran ocho y eran hombres. Estaba muy arriba, era o no hacer nada o desmecharme con alguno. Así que no hice nada, simplemente miré mal y me fui con ella a otro lado."La foto fue lo de menos, Pau. No sabés con la cara que las miraban, era muy tremendo", me dijo una de las chicas. Lo dejé pasar, me entristecí de a poquito pero lo dejé pasar.

Estábamos sentadas, ya lejos del centro de la pista, y apareció un chico, valiente creía él, pelotudo nosotras, a decirnos "AHHHH QUÉ LINDOS BESOS SE DAAAANNNN". Tampoco dije nada. Al ratito, otro "AGUANTE EL MATRIMONIO IGUALITARIO". Al ratito, otro "¿ESTÁN SOLAS CHICAS?". Nada. Yo seguía sin hacer nada. Abrumada y con rabia fui al baño a llorar. Por qué todo seguía siendo una mierda, por qué pasan estas cosas horribles que asustan. Sabés la cantidad de gente que no se anima a dar el salto por estas situaciones de exposición y violencia, pensé.

Sin ir más lejos yo, que le tuve tanto miedo a estas cosas que me guardé las ganas diez años. Mis años de adolescente podrían haber sido plenos y llenos de placer y cositas lindas. Pero no. No podía. No estaba lista para enfrentar estas cosas. Recién a mis 26 pude animarme a escuchar lo que quería hacer sin importar lo que dijera el resto y ahí, cuando me solté, me enamoré por primera vez. La realidad era que nadie más que yo iba a vivir mi vida.

Salí del baño respirando profundo y lista para, si volvía a suceder, decir algo. Y por supuesto, un beso, un pibe con ganas de molestar. "¿NO HAY LUGAR PARA UN HOMBRE?". ¿Sabés cómo te rompería la boca esa irrespetuosa que tenés de una piña? ¿Sabés cuánto nesquik te falta para pegar el estirón y dejar de hacer estas idioteces? Odio esto y a vos y a todos los hombres que piensan que somos un show y no personas que se quieren. A vos y a todos los que nos faltaron el respeto. A vos y a los que nos sacaron una foto y nos hicieron sentir mal porque sí, porque tienen ganas de burlarse. A vos y a todos los que creen que mis besos con ella no valen lo mismo que mis besos con él, que valen menos, que se pueden romper, interrumpir, molestar, toquetear, fotografiar. ¿Sabés las ganas que tengo de mandarte a la concha de la lora y que no vuelvas? Que te quedes ahí con tu cara de pajero y tu pito pedorro, atascado en una concha que no ponés ni morder ni chupar, llorando como un nene chiquito que quiere a su papá y a su mamá y lo único que tiene es ese cerebro milimétrico que mueve y suena a sonajero de lo vacío que anda su cráneo.

Le hubiera dicho todo eso y a los gritos. Pero otra vez no pude. No tuve fuerzas ni ganas pero ese dolor y esa rabia siguió varios días y me pregunté si tal vez me tendría que haber ido, si tendría que haber batallado en otros lugares, más amables quizás. De hecho, dos días después se me ocurrió que tal vez hablar con la gente del lugar hubiera sido lo indicado.

También pienso que si no dije nada, si todas esas palabras de hartazgo no salieron, es porque creo que el tema no es con ellos. Si bien se comportaron feo, acá el error se arrastra desde nuestros primeros años, desde nuestra enseñanza. Ayer en terapia decía que odiaba al mundo entero por cruel y porque todo eso que molesta y discrimina, se sigue reproduciendo en los colegios, en la televisión, en los medios de comunicación, en la sobremesa. Veámoslo de una vez: el odio a las sexualidades no hegemónicas (antes le decíamos homo/lesbo/trans/bifobia) no es una cuestión individual. No es que a estos pibes se les ocurrió violentarnos en un barquesehaceboliche porque sí. Son cientos de años de historia enquistada en nuestras maneras de sentir, pensar y actuar. Cientos de años de impunidad patriarcal y de una sociedad que, incluso con mejorías evidentes, sigue felicitando a esos chicos. Vivimos en una sociedad que discrimina casi por defecto, no solo nosotrxs sufrimos la burla por no seguir las reglas. La exclusión es parte del estatus quo y blablablableble. El tema es la violencia. El tema es no hacer ni decir nada. El susto que inmoviliza, el miedo que te noquea.

Ustedes sepan disculpar, pero así como me quedé callada el sábado, hablo ahora, acá, a través de la escritura que es, en definitiva, en donde puedo explayar mis ideas sin ponerme a llorar de forma evidente o que se me quiebre la voz.

Ayer charlaba esto con Charo Márquez, una amiga, que me decía casi con angustia que después del matrimonio igualitario, muchxs se animaron a vivir más libremente. Pensando que no iba a haber más discriminación. Pero la hay. Y como no todxs tenemos ganas de organizarnos o de politizar nuestros deseos y prácticas, nuestra sociabilidad lgbt es solo en fiestas y en la marcha del orgullo. Y eso no te empodera para la vida cotidiana. Parece que la única manera de vivir lo más libre que se pueda nuestra sexualidad y nuestros placeres es militándola. Y no todxs queremos eso, no todxs queremos luchar para amar en paz.

Así que Charo quiso darle una vuelta política a la rabia individual y su mirada en esta situación es un poquitito más esperanzadora que la mía. Ella sostiene que hay excepciones. Que hay fisuras por las cuales escapar como fugitivas en el desierto. Una de esas maneras es juntándonos, conocernos, volver a los espacios de sociabilidad lgbt. No estamos hablando de un gueto, eso es otra cosa, que sirvió en su momento, pero hoy ya no. Lo cierto es que tener espacios para charlar entre pares, para compartir las vivencias compartidas, para darnos cuenta de que no somos las únicas a las que hostigan en un boliche, en la calle, en donde sea, sirve y tranquiliza. Somos miles. Somos cientos de miles. Pero tenemos que volver a encontrarnos porque sino es un constante volver a empezar en una espiral de malestar y soledad que nos paraliza y nos devuelve al clóset.

Lxs zapatistas dicen que tenemos que transformar el odio en digna rabia, en alegría. Y coincidimos. Pero eso no se logra solo saliendo a la calle una vez al año o reclamándole al Estado por algo específico. Eso se logra con un cambio cultural, con una apuesta por lo colectivo, por construir en conjunto, por visibilizarnos. No solo lxs que no somos hetero, todxs tenemos la responsabilidad histórica de que las futuras generaciones (y estas mismas) vivan un mundo sin odio al deseo y al afecto.