En cada disciplina o profesión cuando se miente existen motivos. Y también usos y costumbres. Si un vendedor de autos miente lo hace pensando en que diciendo la verdad no podría venderlo. A su vez un automovilista miente para no tener que pagar la multa; una astróloga para que su cliente no se entere de lo que está por pasarle; un adicto al juego para no tener que explicar por qué ese mes no le trajo el sueldo a su mujer; un comediante fuera del escenario porque arriba no supo mentir y por eso abajo quiere superar su fracaso; un deudor miente a su acreedor porque si le dice la verdad se queda en la calle; un evasor lo hace porque está en su adn; una señora casada miente igual que un señor casado, ambos por los mismos motivos que cualquiera sabe; un mediocre miente para que no lo descubran como tal; un político por ese y además por infinitos motivos ( alguno que otro excepcionalmente exigido y justificado por su papel); y lo mismo hacen los ciudadanos, los contribuyentes y los vecinos.

Dejo para el final al periodismo. Aunque debería ir primero en razón del daño que causa. El periodista es el único que miente hasta en el motivo por el cual miente. Si no tuviese la capacidad de mentir sería como un cirujano al que la sangre le da miedo. Al periodista lo ampara la atribución democrática de que tiene licencia para mentir. Si no miente no asciende, no tiene éxito y pierde el empleo. Y lo que es aún peor: no le prestarían atención los públicos. 

Por eso cuando la verdad ve que es usada por un periodista se prepara y se entrega para ser maltratada y mentida. Es una abusada  consuetudinaria. Lo que más le duele es que el periodismo tenga todo el permiso del mundo para violarla. Tiene la debida autorización constitucional y democrática. El arte viola también, pero lo dice y demuestra que lo que miente es verdad. Por eso la verdad sabe tanto de la mentira. Y sabe que el periodismo, entre todos, es el que más miente. Y para colmo no puede parar,  porque los que son mentidos lo extrañarían. El mentido y el mentiroso forman un vínculo paradojal. E indisoluble. Y por el cual el gran público mentido se resigna a ser víctima con la esperanza de que eventualmente sería socorrido a pesar de si mismo. Lo peor es que haya mentidos que no saben que les mienten, y que haya mentirosos ( que salen en noticieros y publican en diarios) que mienten con frenesí y hasta con gula.

Debería llamarse Utopía de la utopía, al lugar inexistente donde no se dicen ni se escuchan mentiras periodísticas. Obviamente se ignora la ubicación geográfica de ese utópico  lugar. Pero, de donde más lejos está es de una redacción o de una corporación de medios. Acaso llegue el día en que esté más cerca. De no mentir. No arriesgo ninguna fecha. Mantengo la “cautela” que tanto mantiene a la mentira. Pero sé que aún sin intención, en estas líneas debe haber alguna mentirilla. No me resigno a posar como uno de esos periodistas indignados por las mentiras que ellos mismos fabrican y difunden, y que sus patrones auspician. Sin la mentira los medios no tendrían sentido. Y aunque las redes sociales los están superando, son todavía amateurs y no alcanzan la autoridad y legitimidad mentirosa de aquellos. El octavo Mandamiento no es para el periodismo un pecado: es un atributo. Le genera primicias, conmoción, devoción y espectáculo. Mientras lo sienta así, larga vida a la mentira.