Este miércoles se realizó en todo el país una multitudinaria manifestación impulsada por el colectivo #NiUnaMenos,  en repudio  a los cada vez más espeluznantes femicidios que se llevan adelante en nuestro país. En esta oportunidad  el lema fue #VivasNosQueremos,  y es a causa de los dantescos detalles que trascendieron de la violación, empalamiento y asesinato da la adolescente Lucía Pérez de Mar del Plata. El reclamo estaba compuesto por el primer paro nacional de mujeres, y una posterior concentración en Plaza de Mayo, hecho que tuvo réplicas en todo el país y el mundo.

El cambio es generacional y de eso no quedan dudas. Casos similares al de Lucia en la historia criminológica argentina, existen de a montones. El más pragmático es el de María Soledad Morales en la provincia de Catamarca en el año 1990. Este juicio tuvo mucha notoriedad en todo el territorio por la crueldad del crimen. Sin embargo, en ese entonces no se hablaba de violencia de género o de Femicidio. ¿Por qué? Porque nuestra sociedad se negaba a tomar  conciencia  que ese tipo de crímenes  esconden algo más profundo: el histórico poder que los hombres creen que poseen sobre las mujeres.  Es en este punto donde hay que poner el foco.

Argentina, como hija de Latinoamérica, tiene una cultura machista. Pero también hay que decir, que no es patrimonio de nuestro continente.  En 2000 años de cultura occidental, recién en el siglo XX las mujeres pudieron estudiar carreras de grado, trabajar y ser pagas, elegir cuándo tener hijos gracias a la píldora anticonceptiva,  y en nuestro país no existió el voto femenino hasta 1947 . Es el siglo pasado, sin duda, el momento histórico de mayores conquistas para el género, pero todavía falta.

Para desmenuzar esta cultura imperante, ese ´sentido común´ que nos dice que las mujeres están en un escalón más abajo, hay que analizar cómo pensamos. Para hacer este ejercicio debemos simplemente escuchar lo que decimos, los chistes que hacemos, los roles que asignamos a las mujeres,  cómo descalificamos, qué decimos cuando insultamos, detectar los prejuicios que guían nuestras opiniones. La demagogia sin brillo de las publicidades son la muestra gráfica de este ´sentido común´.

¿Cuáles son las ideas que se condensan en todo esto? Que las mujeres son competitivas con sus pares de género, que sólo sirven para limpiar, que para obtener éxito deben ser bellas y el matrimonio con un hombre ´exitoso´ es el mejor camino posible, que la maternidad es lo que las define y que además son las principales responsables del cuidado de los hijos, que sus acciones están determinadas por sus emociones (cambiantes según la altura del mes). Todo esto es MACHISMO. ¿Las damnificadas son ajenas a esto? No, son milenios de pensar a las mujeres como el sexo débil, como el artefacto político que no consigue asumir la soledad, que vive esperando algo que estimule su tediosa existencia como ángel del hogar sin más afirmación que su melancolía

Esto se puede cambiar ¿Cómo? Detectando el principal germen que contagia a todos los estamentos de la sociedad, el MICROMACHISMO. Este es justamente el que habita en nuestro lenguaje, en nuestros pensamientos, en nuestros juicios de valor, es eso que no vemos porque está en todas partes, porque todos los días escuchamos a una mujer sufrir por algún maltrato. En nuestro trabajo, cuando por igual tarea el hombre recibe una mejor remuneración, o cuando no llega a cargos jerárquicos porque, claro, se embaraza,  o en la televisión cuando se le corta la pollerita a la bailarina para el deleite de la platea, en el cine cuando la rubia es la boba. También en la publicidad cuando es un superhéroe el que sale a la ayuda de una ama de casa que, frustrada, no puede limpiar una cocina. En la política cuando mujeres de escasos méritos son puestas a dedo para cumplir con la ley de cupos. En la calle cuando el hombre en su supuesto derecho divino piropea a una transeúnte. Y en el ejemplo más vulgar, cuando en el transporte público se apoya a una mina. Todo esto está teñido por un mismo pensamiento, que hasta ahora no se cuestionaba.

Hoy nos pensamos de manera diferente y ponerle nombre a las cosas es significarlas. El crimen a una persona por su género es FEMICIDIO; y decir ´feminazis´ a las mujeres que luchan por un cambio es descalificarlas. Esto es la punta del  iceberg del cual tenemos que hacer cargo. Somos todos iguales, y eso es algo que al hombre le es difícil tolerar.