Una) No hay nada más desconcertante que intentar hallar las referencias,  que tratar de encontrar algún hecho de este mundo al que aludan las declaraciones del presidente de la Nación. Y no estamos pretendiendo que un jefe de Estado sea un relator objetivo de su gestión, porque es claro que sus dichos deben convencer, entusiasmar, encomiar los rasgos más logrados de su política, no sólo para hacerla pública, sino para construir su sustento simbólico. Esto que hasta el año pasado se reprobó de mala fe como “relato” es completamente indispensable. Es obvio que todo aquel que ejecuta una política debe enmarcarla, darle su sentido en un discurso que la haga comprensible, que explicite sus razones y sus propósitos: vamos en este rumbo, por esto y por aquello, logramos estos resultados, etc. Ahora bien, deben existir lazos y nudos de cierta consistencia entre ese discurso y el terreno firme de los hechos, esas palabras deben morder lo real, la “verdad efectiva de la cosa” –como decía uno-, si se aspira a una sustentabilidad de largo plazo. Si alguien sale de la reunión del G 20 en la China y proclama: “Los líderes del mundo elogian lo que hemos hecho porque consideran que es un milagro haberlo hecho sin caer en la crisis”, es deseable que ese alguien –si no aspira a deslizarse en la pendiente de la ridiculez- evidencie algunos datos que hagan un contrapunto coherente con su proclama extraordinaria. Si ese mismo sujeto, luego de un fugaz encuentro con la primera ministra británica Theresa May, anuncia que después de ciento ochenta y tres años el Reino Unido aceptó por fin un diálogo bilateral que considere el reclamo argentino de soberanía sobre las islas Malvinas, a ese sujeto debería importarle que la aludida May no desmienta semejante disparate a los cinco minutos, ni la Cancillería de su propio país a los diez. Sin embargo, da la impresión que Mauricio Macri –las citadas proezas discursivas son de su autoría, claro- estaría convencido de que sus dichos (profusamente replicados por su aparato comunicacional) adquieren un valor completamente autónomo y no necesitan ningún apoyo fáctico.

Dos) Tal vez sean merecidos los elogios que recibió el dispositivo de propaganda del macrismo, por el cuidado en el empleo de las imágenes, por su inserción y su presencia en las redes sociales, por la eficacia de sus cortos e impactantes spots-. Que esto contribuyó (seguramente entre múltiples causas) en el resultado en las últimas elecciones, es un hecho incuestionable. No es tan seguro que esta máquina retórica produzca idénticos frutos a la hora de gobernar. Mauricio Macri pudo levantarse entusiasmado el 5 de septiembre último y pregonar: “La inflación está bajando drásticamente”, pero la experiencia deja huellas amargamente negadoras de esa afirmación cuando se concurre al almacén o se sube al colectivo. Y más cuando esas experiencias guardan un correlato hasta en cifras oficiales: la inflación de octubre fue del 2,4 %, la de noviembre se estima en 1,5 %, la anualizada ronda el 45. En plena controversia por los aumentos en el cuadro tarifario de los servicios públicos, Macri declaró a la cadena televisiva norteamericana CNBC. que ese incremento “se lo expliqué a la población y comprendieron”, para luego rematar: "es increíble cómo nos acompaña el pueblo en el esfuerzo para volver a crecer”. En los meses de julio y agosto hubo importantes protestas callejeras por este tarifazo (incluso en distritos donde el macrismo logró excelentes resultados electorales -como las provincias de Córdoba y Mendoza, o los barrios porteños de Palermo y Caballito-), la prensa oficialista debió ocuparse de estas movilizaciones, al mismo tiempo que se produjeron fallos judiciales adversos que obligaron al gobierno a reencauzar los aumentos. Pero el procedimiento de Macri no fue polemizar con estos hechos, denostarlos o demostrar la mala inspiración que tuvieron (lo que implicaría aceptarlos como parte de la realidad), sino simplemente declararlos inexistentes: la población comprende y nos acompaña. En el mes de agosto les dijo a los periodistas acreditados en Casa de Gobierno que “este mes los números nos van a dar levemente positivos en cuanto a creación de empleo”; al mes siguiente fue a la Asamblea de Naciones Unidas y con dificultades leyó un manuscrito en el que dijo: “Normalizamos la macroeconomía, comenzamos a fortalecer las relaciones con nuestros vecinos, y nos estamos vinculando de forma madura con el resto de los países y los organismos multilaterales. Ya se están empezando a ver los resultados: volvimos a los mercados internacionales de crédito y muchas empresas han demostrado que confían en la Argentina; cada día se anuncian más inversiones, que se van a traducir en empleos y pondrán al país en el camino de la expansión de la economía”. Mientras tanto, a muchos kilómetros de estas frases, la producción fabril se hundió interanualmente en septiembre en más de siete puntos (en el año acumula la descomunal baja del 5,1%). Este dato lo aportó el Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina. Lo mismo dijeron el Ministerio de Trabajo en su Encuesta de Indicadores Laborales del mes de agosto: el empleo privado formal registró una baja (baja que debe multiplicarse por tres si se contempla a la economía informal), y la Dirección de Estadísticas porteña. Según sus propios números, el desempleo pasó del 6,8 % en diciembre pasado al 10,5 % al cierre del primer semestre. Todo indica –sin cotejar estas cifras con las del viejo y desacreditado INDEC.- que la tasa de desempleo en los principales polos productivos del país saltó a los dos dígitos. Son datos. Pero son datos que explican el por qué de la caída en los consumos populares y por qué  Fedecámaras informó que cerraron cinco mil comercios y mil setecientas industrias en el primer semestre. Los números positivos, la expansión y la normalización de la macroeconomía mencionados en el mensaje presidencial no son hechos de este mundo.

Tres) Pero la nota más clara del dispositivo comunicacional oficial la dio la calculada puesta en escena que exhibió al presidente de la República viajando en colectivo. Una foto y el texto: “Recorriendo Pilar en la línea 520 para contarles a los vecinos el plan de renovación de los corredores de colectivos en el Conurbano”, aparecieron en la cuenta de Macri de la red social Twitter en la mañana del 22 de septiembre. A las pocas horas se supo –y esta filtración no podían dejar de preverla los gestores escénicos de la obra- que todo era un armado esencialmente visual, una ambientación de plano corto para extraer un par de fotografías y para que el diario La Nación titulara “Mauricio Macri viajó en la línea 520 de Pilar y charló con los vecinos”. Se iba a saber que esto nunca ocurrió en la realidad. No importa. Este tipo de eventos vive su aparente vida en los medios y en las redes sociales, desconectado de toda base factual, como las afirmaciones del presidente Macri. La coalición que gobierna –de la que Mauricio Macri es su anodina testa- profesa una fe alucinada en la perdurable eficacia de estos fenómenos retóricos, que no anclan en hechos. Algo equivalente ocurre, en el terreno de la economía, con el proceso de valorización financiera. Un activo se aleja cada vez más de un valor real, sólido, ligado a la producción, y experimenta una sobrevaluación ficticia gracias a la especulación, a expectativas infladas, a la euforia de una ganancia ilimitada. Una “revolución de la alegría” ha precedido la formación de toda burbuja financiera. En estas pampas, un Jaime Durán Barba hojea a diario las pantallas de la Bolsa de Valores aspiracionales de “la gente” y le grita al presidente cuáles son los papeles que cotizan mejor, de qué hablar y cómo decir lo conveniente para fascinar al mercado de la opinión pública. Se abisman con una confianza ciega en el incremento de esa burbuja retórica que los lleva a desestimar su correspondencia con los hechos. Sueñan que para ellos no habrá crack ni jueves negro. “Estamos viviendo una nueva etapa, donde la confianza crece en base a haber restablecido la verdad, el valor de la palabra”, dijo el presidente Macri en la apertura del Foro de Inversión y Negocios. Lo dijo un martes 13 del mes de septiembre de este año aciago para tantos argentinos. Por eso no estaría de más preguntarle: ¿de qué hablás, Mauricio?