Necesitaba algo de rigor. Algo de disciplina.

Por algún motivo hay épocas en las que estoy muy tranquilo con mi vida sexual "común", pero en otras necesito algo diferente.

La llamé a Luciana, que además de una vieja amiga que conocí en un trabajo, es una dominatriz light, que no disfruta de nada extremo ni violento, como yo, y por eso me gusta. Creo que la dominación pasa más por lo mental que por lo físico, y ella sabe manejar bien la situación.

Llegué y bajó a abrirme. Jean, musculosa, bien tranqui para que nadie sospeche. Siempre pienso que en una situación así estoy siendo observado, aunque todo el mundo esté en su propio mambo. Quizás ser observado sea una fantasía, no lo sé. Una vez adentro charlamos de todo un poco y hablamos de lo que me gustaría, aunque ya desde antes le había pedido que prepare lo que sería el final del encuentro. Estuvo tomando agua durante toda la última hora, me dijo, y al finalizar la sesión comprobé que no me había mentido.

Pasé al baño y salí sólo con mi boxer. Con ella no tengo nada de vergüenza, y aparecer de golpe casi en bolas es una buena manera de romper el hielo. Ella sonrió, me miró, y rápidamente se quitó la musculosa y dejó sus tetas al aire. La admiré. Hermosa.

Me quitó el boxer y me colocó un preservativo, por higiene y para mostrarme quién manda. Me gustó que no me hable: me señaló la cama y hacia ahí fuí. Me acosté, pero me pidió que me dé vuelta, así que quedé boca abajo, con mi culo al aire. Comenzó a acariciarme desde la planta de mis pies, mis muslos, mis glúteos, espalda y nuca. Me tomó suavemente el pelo y me pegó con uno de sus dildos en mis cachetes. Tiene varios, y ya los había puesto sobre su mesa de luz. Me hizo poner en cuatro, abrió mi cola y la escupió. Pasó su lengua por mi culo durante un buen rato, y yo sentía cómo se abría y pedía más. Mientras hundía su cara en mi ojete me tocó la pija, pero sin mucha intensidad. La intención era hacerme desear, y lo logró. Sí me dió algunas nalgadas que me encantó recibir y le agradecí.

Todo el tiempo la elogié: su piel, su actitud, sus tetas divinas y bien puestas. Me hizo dar vuelta, me subió las piernas hasta trabarlas con el respaldar de su cama de caño y siguió lamiendo mi culo, pero ahora podía verla: me miraba a los ojos mientras lo hacía. Tomó uno de sus juguetes, un vertebrado negro, y con un forro lo empezó a introducir en mi cola, que ya estaba pidiendo todo. Vi como su juguete entraba y salía, y lo sentía también. Agregó crema y saliva, lamió mis huevos y me preguntó si me gustaba. "Sí, diosa", le dije. Bajó mis piernas pero sin sacar el juguete, por lo que quedé prácticamente sentado sobre él. Giró y se acomodó para otra cosa que le había pedido hacer: facesitting, es decir, que ella se siente sobre mi cara, para que yo apenas pueda respirar. Eso hizo, y mientras ella abría sus nalgas para que mi cara quede bien en el medio, sentí como su concha empezaba a humedecer mi mentón. Luciana se movía, en ocasiones me dejaba respirar, pero en seguida volvía a apoyar su ano con precisión sobre mi boca y nariz, yo yo sacaba mi lengua intentado satisfacerla, lamerla. Ella corría su body para entregarme su agujero y yo lo lamía tal como ella me indicaba, mientras mi cola seguía dilatada por el vertebrado negro.

Luciana me puso en cuatro y me cambió el juguete por uno más grande. "Ese culito necesita más", me dijo. "Este sí te va a gustar, putito", me decía, mientras le ponía un forro a uno de doble punta, que entró perfecto, porque mi cola ya estaba bastante dilatada.

La imagen perfecta de una mujer es con un arnés entre sus piernas. Eso es lo que vi en uno de los segundos en que abrí mis ojos. No sé cuándo se lo puso, pero ahí lo tenía, y la hacía perfecta. Mientras tanto seguía con ese juguete de doble punta que tiene un mecanismo interno que, cuando se dobla, queda en esa posición, así que ella lo dobló apenas lo metió y luego lo siguió metiendo y girando adentro mío, para que yo estalle de placer con ese masaje prostático que me hacía. Lo dije: Luciana sabe bien lo que hace.

Me volví a dar vuelta todavía con el juguete rojo en mi cola, doblado y estimulante, mientras ella me pedía que le chupe el dildo que tenía puesto en su arnés. "Chupame la pija", repetía una y otra vez, y yo obedecía. A eso había ido.

Me tomó de la mano y me llevó hacia el baño, caminando con una punta dentro de mi cola todavía. Me pidió que me recueste sobre la bañadera. Es muy placentero sentarse con un juguete adentro, y así lo hice, y luego me recosté.

- ¿Dónde la querés?- me dijo

- Acá en el pecho, la panza y la pija- le señalé

Y ella, desde arriba, mientras yo tenía un primerísimo plano de su vulva totalmente depilada, dejó salir su chorro de pis caliente sobre mi pecho. Tibio, con un olor suave pero inconfundible, y con mucha presión, que golpeaba contra mi pecho y caía hacia abajo mientras yo me hacía una paja todavía con el dildo en mi culo. Ella gimió brevemente. "Tenía muchas ganas de largarlo", me dijo después, porque había tomado mucha agua y no daba más. "También fue un placer para mí", dijo, mientras yo veía la cantidad de leche que me había sacado.

Ducha, ropa, charla y vuelta a mis cosas. No hay nada como ir a un lugar y volver con lo que uno fue a buscar. Alcanza por un tiempo, al menos hasta la vuelta.