Era muy temprano, nunca me gusta coger tan temprano. Pero él se tenía que ir y yo no quería dejar de verlo ni un segundo. Temprano onda cinco de la mañana. Todavía, me acuerdo, no había amanecido y ahí estaba él, primero algunas cosquillas en la espalda, después su mano empezó a recorrerme el brazo y como quien no quiere la cosa terminó en el costadito de mi teta, en ese pedacito de piel que es más suave que cualquier otro pedacito de piel, y ahí estuvo. 

Con el dedo acariciaba despacio y yo, ya despierta y atenta, noté cómo se endurecía. Cómo, de a poco pero consistente, crecía y engordaba cerquita muy cerquita de mi bombacha. Tenía puesto una bombacha grande esa vez, me acuerdo. Una de esas bien cómodas y de encaje, como de abuela pero moderna, vintage digamos. Pero mucho no importaba, o sí, porque al ser tan grande la sensación del pene irguiéndose era extraña, no como si lo estuviera viviendo sino casi como si me lo estuvieran contando. Pero yo estaba ahí y su pito también. 

Me empecé a calentar cuando la sentí entre mis cachetes del culo, ¿ya dije que a esa hora mucho no me caliento? Bueno, no sé qué pasó pero estaba hecha un fuego y él, aunque más lento, igual. La verdad es que yo quería que nos arrancáramos la remera pero él estaba dulce como protagonizando una porno de The Film Zone. Así que lo apuré, me di vuelta y le di un beso. Un beso bien, le llené su boca de la mía y su pija quedó entre mis piernas, durísima. Me empecé a mover y me di cuenta de que él seguía a velocidad crucero, entonces frene mi ansiedad y pensé, a ver qué tiene para dar este viaje. 

Cuando frené tomó impulso y me quedé impresionada al darme cuenta de que esa dureza que había sentido no era la dureza final, se ponía cada vez más y más tenso. Lo toqué, quería sentir el calor, quería sentir sus venas en mi mano fresca. Apenas lo toqué con mis dedos se estremeció y me comió la boca. Su lengua se metió por todos lados y yo me dejé, floja, caliente, ya húmeda. Le hice una pequeña paja mientras él me agarraba de la nuca y me chapaba furioso, yo ya quería que entre, quería tenerlo encima, oler y chupar su cuello pero sabía que le gustaba más la previa que a mi. Hace mucho que no nos veíamos pero sabía que era nuestro eterno problema. Esperé de nuevo, acumulando ganas porque era cierto que cuando le ponía pausa a la ansiedad, crecía, como su pene, que me maravilló cómo todavía le quedaba más y más por endurecer. 

Después de un rato de lenguas, cuando ya los dos teníamos la boca roja y caliente, me giró con fuerza y me forzó la musculosa. Las tetas, duras y excitadas, salieron para afuera casi como escapándose del algodón y con una de sus grandes manos intentó agarrarlas. Su mano no daba, se le resbalaban y eso más y más me calentaba. 

En el segundo que pensé dónde tiene la otra mano, apareció apretándome despacito el clítoris, y al instante que pensé qué lindo sería que me la meta, me la metió. Pegué un gritito me acuerdo, porque fue todo junto y muy hermoso. Estaba mojada, caliente, concentrada, enojada porque se iba. Entraba y salía, yo estaba tan excitada que tenía ganas de rasguñar la pared, de marcarme la cara. Lo recuerdo muy bien porque hace años que no me pasaba, hace años que no tenía tantas ganas de coger hasta desmayarme. 

Me di vuelta de golpe, no quería que todo terminara sin antes sentirla en mi boca. La chupé un poco y le pedí no sutilmente que acabe. Sentir su sal y su temperatura me calentaba mucho, aunque después, cuando sucedió, recordé que siempre la idea era más placentera que la realidad y que la guasca es difícil de tragar. Pero lo hice. Quedé con la boca entreabierta, picante y le pedí por favor que no se vaya. Así, enchastrada de él. 

Se sentó en la cama, me dijo que él tampoco se quería ir pero que había que laburar, que a la tarde estaba en casa de vuelta. Le pedí que, si no se iba a quedar, me la chupara antes de irse. 

Desde ese día soy fan del mañanero. 

Mentira. Nunca me gusta coger tan temprano.