Salió a la calle sin pensar demasiado en nada cuando, de golpe, se acordó de que tenía que responder un mensaje que no quería responder. Matías, otra vez, quería verla y ella, otra vez, no tenía ganas. Qué fiaca cuando una no tiene ganas de ver a Matías pero sí de coger. Y esos mensajes eran sólo sexo, aunque ella sabía que él seguramente buscaba un caminar de la mano, cena con vino, empezar una serie juntos. Pero nunca le decía nada, siempre era coger. El tema es que, cuando cogían, él era tan pero tan amable, dulce y bubububu, que ella sabía y entendía que algo más pasaba por ahí y no por acá. Pero qué ganas de coger.

"Hola, Mati. Veámonos hoy si querés, ando medio a las corridas pero parar un rato me va a venir bien". Siguió su camino, como si se sacara un problema de encima. Subió al bondi, se sentó y leyó la respuesta: "Tengo ganas de que esta noche hagamos algo distinto". Miedo. Juliana sintió un poco de susto de que se termine el temita del sexo y empiece el de los sentimientos. Eso siempre, tarde o temprano, sucede y ahí todo se pone raro. Hay que sentarse y hablar. Y coger un poco más y volver a hablar. Intentarlo de nuevo y ver que no funciona y bueno, nada, mensajes que no se responden, clavar el visto, fiaca, cero ganas. El olvido.

"Apa. Bueno, emmmm, ¿qué tipo de cosa?". Juliana esta vez no mandó el mensaje como sacándose un problema de encima sino más bien con ganas de un poco de quilombo. "Quiero que esta vez vos me cojas a mí". Se le pausó el cerebro. Ya habían tenido algunos encuentros en donde ella le tocaba el culo y él, sin ánimo de alejarse, se acomodaba para. Eso le gustaba, era divertido invertir roles. Sentía que tenía el poder de darle placer a Matías con sus dedos, como él lo hacía con ella. Estaba muy bien y se llamaba justicia. Pero aún así el mensaje la dejó, primero seria, después ansiosa y después alegre, como si hubiera aspirado de golpe ese gas que te deja boba y te hace reír sin mucho control.

Estaban en el sillón y le pasó casi sin aviso la lengua por el cuello. No daba, miraban una película aburrida, sí, pero fue muy de golpe y Juliana se asustó un poco. Pero ahí nomás el escalofrío inicial se transformó en calentura. Matías estaba más intenso que de costumbre y ella se dejó llevar para ver hasta dónde iban. Del cuello a la boca, de la boca al escote y del escote a desabrochar la camisa. Y la lengua gruesa y las bocas llenas de saliva. Ella se paró y se le sentó encima. El sillón era muy cómodo para eso y eran fanáticos de coger uno sobre el otro, casi sin mirarse pero juntos, encimados y transpiradísimos. En ese momento empezó el movimiento de caderas, ese frote divino de la sabrosa adolescencia. La lengua hasta el fondo, la respiración larga y espesa. Los dos pensaron al mismo tiempo que qué impresionante el calor que se hacían mientras sentían cómo se formaba un charco entre sus tetas duras y su pecho. Su verga iba de a poco intensificándose. Juliana ya había acabado porque el roce la volvía loca. Le sacó el pantalón con varios movimientos incómodos que los hicieron reír y tuvieron que frenar. Se besaron de nuevo y las lenguas se cruzaron gordas y pesadas. Ella, ahora algo nerviosa, deslizó su mano y le metío un dedo. Él gimió. Otro dedo. Gimió de nuevo. Otro. Gritó. Paró. “¿Estás bien?”. “Sí”. Se volvieron a acomodar y mientras él la penetraba, ella, con algo de esfuerzo les separó los cachetes y se lo cogió como corresponde.

El placer se le notó en las pupilas, que después de veinticinco minutos de sexo desenfrenado, continuaban algo dilatadas. La oscuridad, el porro y el placer anal lo atravesaron de la mano de Juliana que ahora quería seguir pero no le daba el cuerpo.

Se levantó, se visitó y sin casi decir una palabra se fue. Ella quedó extraña pero desesperada. Quería que vuelva a pasar. Sonó el celular. "La próxima duermo con vos. La próxima quiero más cosas". Ahora era un juego. Ahora Juliana quería todo con Matías.

Foto: Ellen von Unwerth.