"Todo esto es sumamente frustrante para un biógrafo, pero muy beneficioso para un novelista", escribe Julian Barnes en la nota final que acompaña a "El ruido del tiempo" (Anagrama, 2016), con traducción de Jaime Zulaika para referirse a los datos poco claros- a veces contradictorios-  de una historia de vida.

Al igual que con el "Loro de Flaubert" (1984) Barnes lleva a un nuevo terreno  escenas posibles de una semblanza; el elegido para "El ruido... " es  el compositor soviético Dmitri Shostakóvich en un título que entra en relación directa con uno de los varios ejes de la trama ya que se trata de un homenaje a la poesía de Osip Mandelstam que fue arrestado en mayo de 1934 por escribir un poema contra Stalin.  

La novela está dividida en tres partes con una estructura manejada a partir de lo que sucede en los años bisiestos en la vida del compositor "cada 12 años vinieron a buscarme"; cuya vida y carrera pasaron a estar en desgracia cuando el dictador soviético publicó una crítica a su música en Pravda (periódico fundado en la ex Unión Soviética, que fue la publicación oficial del Partido Comunista entre 1918 y 1991).

Así el 28 de enero de 1936 pasaría a ser para Dimitri "el día más memorable de su vida. Y la fecha que eligió para señalar cada año hasta su muerte". A partir de ese momento, Shostakóvich entra en una espera fatal, con interrogatorios y persecuciones con el  tinte del clásico "1984" de George Orwell, y una NKVD lista siempre para arrastrarlo de su cama y matarlo por "traidor"; "¿Por qué Satlin no iba a querer escuchar esta nueva y aclamada ópera, Lady Macbeth de Mtsensk?" la respuesta parece leerse en que "su ópera iba ser sacrificada como un perro labrador que de pronto había disgustado a su amo".

Merece un subrayado el breve texto enigmático con el que se inicia "El ruido..." en el que Barnes saca a relucir su pluma y engolosina al lector- en especial aquel que tiene desarrollado el gusto por el monumentalismo soviético- con una escena en un andén en el medio de la guerra a dos días de Moscú. Barnes escribe sobre el encuentro entre dos pasajeros y un mendingo "eran tres, el número tradicional de bebedores de vodka" y marca un camino en la lectura- otro de los ejes-  sobre las idas y vueltas de la memoria "... el que escuchaba casi había olvidado lo que había dicho. Pero el que recordaba sólo acaba de empezar a recordar".

Y es que los recuerdos y su sustancia volátil son algunos de los puntos que Barnes propone al lector para atravesar una historia en la que los nombres, lugares y datos en general se ajustan a la ficción de manera hábil con pocos espacios para las dudas en una lectura continua; aunque con la contra de repeticiones y un estirar de páginas que no tienen el valor de una insistencia sino más bien de una molestia.

1936, 1948, 1960  años en los que la mirada del otro y su crítica marcaran el destino del personaje inventado por Barnes para dar voz, pensamiento y sensaciones al "verdadero" Shostakóvich.  Y en ese "pensamiento" que el novelista inglés desarrolla hay un espíritu que- entre otros puntos como la necesidad de sentirse libre o la de reflexionar sobre ella a partir de su falta- va hacia la crítica; hacia lo que los otros señalan sobre la música, plausible de ser reemplazado por las letras o el arte en general.

Desde la situación en la que Dimitri recuerda cómo lo echaron de su primer trabajo en el piano de un cine tocando en vivo frente a la pantalla hasta que, años más tarde,  llegó el editorial de Stalin y "Advirtió que los críticos que habían elogiado sistemáticamente Lady Macbeth de Mtsensk a lo largo de los dos últimos años de repente no le encontraban ningún mérito . Algunos tuvieron la franqueza de admitir sus errores anteriores, explicando que el artículo del Pravda había hecho que se les cayera la venda de los ojos", le hace pensar Barnes a Dimitri que destaca ese "Poder que habla" y que más tarde vendrá a reivindicarlo para después forzarlo.

Barnes también describe la infancia, la vida emocional y sentimental del compositor que funciona para alivianar la trama de datos, como el pasaje en Nueva York (su asistencia obligada al Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial) que llevan a la observación participante del estilo de Vladímir Mayakovski- en la vista paseada sobre la tela de un traje- aunque siempre con la cuota de terror, opresión y humillación que caracterizan a la novela: "No sólo había aceptado la crítica de su obra, sino que la había aplaudido".

El sarcasmo y la ironía le permiten los juegos a Barnes para reflexionar sobre la libertad y la crítica como una provocación en privado que no lleva a la muerte sino a una supuesta libertad de conciencia donde la traición y la cobardía  funcionan como motores. 

"La ironía, por tanto, viene a ser una defensa del ego y el alma; te deja respirar día tras día", reflexiona Shostakóvich, en una frase de la novela, que se replica de forma astuta en las palabras de Barnes en su nota al final al referirse a la ayuda de Elizabeth Wilson para chequear datos de la biografía del compositor:  "Pero este libro es mío, no de ella; y si no le ha gustado el mío (lector); lea usted el de ella". 

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Un tren con paradas en las estaciones de la música, la libertad, el ego y la crítica

El ruido del tiempo 

Novela, de Julian Barnes

Anagrama, 2016

201 p.