Voy a su casa a la hora de la merienda. Llevo masas dulces. Tununa llama a su marido, (uno de los escritores y críticos que más sabe de literatura argentina), para que prepare café. Ellos se conocieron en Córdoba, en la carrera de Letras. Tununa era alumna del que se convertiría en su compañero de vida. La miro. Tiene los labios pintados, el pelo corto, lacio y muy oscuro, de un negro brillante, yo sé, pero ella no sabe que yo sé, que manda a comprar una marca de tintura determinada a quien viaje a México.


Noé Jitrik -su marido- le avisa que el café está listo y Tununa deja el living donde estamos instaladas. Es mi momento de observarlo todo. La biblioteca es mi primer objetivo. Abarca tres paredes. Deseo que Tununa se demore con el café. La mayoría de los libros regresaron con ellos. Otros fueron recuperados en Buenos Aire. El matrimonio los guardó en baúles antes de partir a México, baúles que deambularon gracias a la generosidad de los amigos, por casas y depósitos ocultos de la dictadura.
Libros que sufrieron su propio destierro.


Miro los libros. Encuentro en los estantes las obras completas de Guy de Maupassant, de Macedonio Fernandez, de Manuel Puig, de Rodolfo Walsh y la de Federico García Lorca. Hay muchos libros, no puedo abarcarlo todo. Descubro el Facundo de Sarmiento y uno de Augusto Monterroso. Tununa regresa con el café. Me ve observando su biblioteca, vuelvo al living, me siento y la escucho. Habla pausado, sus frases se deslizan con una musicalidad especial. Es la tonada cordobesa, pienso, y la cadencia que les otorga a las palabras.


— La biblioteca siempre es el lugar donde el niño se siente apresado por eso desconocido que es el libro. Mis padres eran gente ilustrada, mi papá me había traído una colección que se había editado en Chile, las obras completas de Julio Verne. Y a mi hermana le compraron “El tesoro de la juventud”, nosotras nos pasábamos el día leyendo eso. Allí había una figura de una niña con una frase de Stevenson que me conmovió. Yo me quedé prendada de esa niña cuya imagen fue la tapa de la edición de Tusquets de “La Madriguera” que ahora se va a reeditar. La verdad de mi vida está contenida en el libro “El tesoro de la juventud”. Si yo tuviera ahora los veinte tomos quizás lo único que haría es leerlos.

Tununa a los cinco años


Emocionada, me muestra el libro. Las páginas están amarillas y la tapa ha perdido el color. Un libro rescatado del exilio.



Me pide que lea la frase de Stevenson. Miro el dibujo. La niña está sentada sobre una colina, en la tierra hay flores blancas, el cielo es muy azul. Se toma las piernas con los brazos y mira el horizonte.
Una niña que sueña. Igual que Tununa, pienso.


***


Tununa Mercado nació en Córdoba en 1939, vivió en Francia y estuvo exiliada en México durante la última dictadura militar. Es una de las escritoras más importantes de Argentina. Con su última novela “Yo nunca te prometí la eternidad”, recibió la Beca Guggenheim y ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Escribió además “Celebrar a la mujer como a una pascua”, “Canon de Alcoba”, “La letra de lo mínimo”, “La madriguera”, “Narrar después”, y “En estado de memoria”.
Vive en un noveno piso sobre la calle Viamonte, en Buenos Aires. No es la casa de “antes” de irse a México, esa se perdió. El lugar es muy luminoso. En el living hay más libros. También en un pasillo que lleva a la cocina y sobre un escritorio. Una casa invadida por los libros. ¿Cuál será de Tununa y cuál de Noé?


— Yo tardo muchísimo en leer los libros. A veces esa morosidad tiene que ver con que el libro me está gustando mucho, es como si yo estuviera escribiéndolo. Me pasa también con traducciones, ahora estoy leyendo “En medio de ninguna parte,” del premio nobel J.M.Coetzee y me he demorado muchísimo. Trato de entrar en la subjetividad de los personajes, como si los desmenuzara. Es algo increíble ese libro. Es muy encerrado lo que se está diciendo, muy interior.


Se levanta y va a buscar algo. Quiere mostrarme el libro de J.M.Coetzee. Tiene una tapa verde con letras blancas. Lo abro, busco marcas o anotaciones pero está impecable. Ella dice que las marcas son una distracción en la lectura, que si tiene que escribir algo lo hace en la última hoja.


Desde su primer libro al segundo, pasaron veinte años. La mayoría de ellos vivió en México, sin embargo Tununa no se considera una escritora del exilio.


— Ese país me entró por los oídos, por los ojos, por el olfato, sentí como un enamoramiento, como una excitación, como un eros, que se despertó viniendo de un territorio de muerte. Hay textos situados, por ejemplo en el Mercado de la Merced, en el centro de México, donde se vocea para ofrecer los productos, aflora un llamado desde el subsuelo. Eso, aunque no se mencione, es México.



Tununa trabajó de periodista como una forma de conectarse con la nueva tierra. El oficio la dejaba entrar en la vida de la gente, en los libros y en la cultura.


-No digo que esa escritura me expresara, la idea de que un texto o un personaje te exprese no es algo que yo diría. Más bien era mi manera de vivir, estaba dentro del universo de mis quehaceres, entonces yo escribía unos textos, de pronto tenía una imagen y escribía. No era pensando en el libro todavía. Era una manera de conectarme con el mundo y además tiene que ver con que yo le atribuyo a la escritura la fuerza del eros y de la vida, aunque se hable de la muerte.

***


En México se inscribió en el Taller Nacional de Tapiz. Allí aprendió una técnica tradicional para tejer gobelino donde se realiza la trama por el lado del revés con la ayuda de una guía que es un cartón pintado cuya imagen del derecho se observa con un espejo. El gobelino es un tapiz manual hecho en un telar. Se trata de trasladar una imagen a un soporte diferente. En este caso, un tejido. Uno de los secretos es la técnica para teñir. El objetivo es lograr el color más parecido a la imagen que se va a copiar.
Tununa tejió mucho en su etapa de exilio, ella dice que fue una “actividad salvadora” y “una puerta de entrada al infinito”.


—Aprendí a tejer, la concentración es muy grande. Son lugares de mucho silencio. El taller quedaba en un viejo convento de La Merced y la gente estaba afanosa, trabajando, viendo dibujos, yo pensaba que ahí se escuchaba la música de las esferas. Y la música produce la ausencia. Es una ausencia del ser. Se detiene la vida.


Me pregunto sobre la relación entre tejido-bordado, erotismo y escritura. Abro su texto llamado “Punto final” (del libro “Canon de Alcoba) y leo una frase: “Pasar el hilo es algo más que un primer movimiento sobre la labor: es el inicio de una producción, como el primer roce de dos bocas mueve la máquina del deseo. La hebra atraviesa un vacío y se adentra en un blanco que, pertinaz, habrá de colmar”.
Leo otra frase: “Es tentador, aunque ocioso, establecer, la pura analogía entre bordar y escribir; poder realizar mediante argumentaciones, la metáfora: la escritura es como un bordado, la labor es como el texto.”


— Hay una especie de colapso de la realidad. Si te fijas un poco en una artesana que esté bordando, verás el grado de concentración muy grande, no es por no equivocarse, ya tiene la práctica, no haría una puntada en falso, lo mismo con la escritura, no darías un paso en falso, sigues y sigues el tren de la escritura.


***


Tununa escribió “Canon de Alcoba” en México pero el libro se publicó finalmente en Argentina. Se trata de un libro con distintos textos que la crítica definió como “eróticos”. Sin embargo, dentro del libro, hay un capítulo que se llama “Realidad”, con un evidente tono político.


-Yo escribía y de repente tenía la necesidad de recrear una imagen, el efecto que había tenido en mí la muerte de alguien. Por eso el libro es un Canon en el que aparecen aproximaciones o distintas respuestas a mis emociones.


-Creo que esa diversidad de textos sucede porque no soy una escritora que se especialice en determinados temas o formas. Por ejemplo, hay un texto que se llama “No saquen el ojo”, fue escrito en Buenos Aires, antes de que nos fuéramos a vivir a México, y era sobre la muerte de Ortega Peña, pero en el texto no se dice quién era. Entonces yo hablo de ese momento de la muerte, del anuncio y de la imagen de su cuerpo cuando ya está en el velatorio y su mujer dá vueltas alrededor del cajón.


Antes de ser editado, “Canon de Alcoba” fue presentado en un concurso en España. El concurso quedó desierto. Tununa supo que hubo dos finalistas, el de ella y otro libro. El editor que organizó el concurso dijo que el otro libro era más pornográfico pero no estaba bien escrito, en cambio el de Tununa sí lo estaba pero el texto no lograba “excitarlo”.


—El editor consideró que con mi texto no le pasaba nada. Una escritura erótica está atravesada por otro tipo de modulaciones más allá de la escena propiamente dicha del sexo. Esa es la impresión que algunos autores me producen. Pienso en escritoras que tienen una tensión emocional como Marguerite Duras o poetas como Ida Vilariño o escritores como Enrique Molina que tiene unos poemas que te envuelven si tienes oído para sentir ese eros. Pero no puedo decir más, lo mío es una escritura espontánea, no pensaba escribir un cuento erótico, sino más bien un cuento amoroso o del goce, con ese tipo de expectativa que va progresivamente dándote una tensión.

En “Canon de Alcoba”, el primer cuento, “Antieros”, es un homenaje a la materia, parece una receta de cocina. Está plagado de acciones. Se lo digo.


— Sí, es dejar decir a las cosas y la idea de la receta contamina el tipo de prosa y desarrolla al neutro porque no hay una persona en la narración sino que hay un infinitivo como en las recetas. A medida que escribo, van surgiendo como los hervores de la materia. Se puede ver el modo gozoso de las tareas de la casa. Lo erótico está en el pensar.



Tununa me sirve otro café. Ya está oscureciendo y le pido encender alguna luz. Aparece Noé, se despide de su mujer con un beso, me saluda, quiere saber mi nombre y apellido. Cree haberme visto antes. Ella le pregunta a qué hora va a volver.

***


Hay rasgos muy interesantes en la escritura de Tununa. Uno de ellos es su obsesión por buscar otras formas de decir las cosas. Ella nunca diría “militares asesinos”. Encontraría una manera menos esperable de decirlo. Y siempre en una especie de “morosidad” de la frase, sin prisa, sin preocuparse en que se trata de un cuento, en que hay que avanzar en la trama.


—Está claro que hay ciertas pautas establecidas para hablar, para hacer documentos políticos donde siempre se debe calificar al enemigo o exaltar a quienes son tus amigos. Trato de salir de la superficie de las consignas. Las frases hechas se usan porque hay un acostumbramiento. Pero luego con la práctica uno las detecta. Creo que leer a otros es lo que a uno lo va llevando a corregir lo propio, a tener noción de la originalidad de un texto.


Tununa dice que ella no se propone inventar una historia, armar un guión y seguir ciertas pautas. Creo que se trata de una especie de encadenamiento mental relacionado con la escritura. Se lo pregunto.


—En “Nunca te prometí la eternidad”, hay un objeto que desglosar, situar, no es que yo hiciera un plan o tuviera que leer sobre la guerra en España, sino que la guerra en España era el contexto de la historia. Llegaba a un lugar y le preguntaba a algún amigo si tenía algo sobre este tema, esto me pasó con Héctor Tizón, porque él había vivido esa circunstancia, había sido sensible a esto, entonces tenía algunos libros. Uno fue muy importante para mí, me sirvió para ubicar en el tiempo los acontecimientos de los personajes que yo quería armar. Después me pregunté qué cosas necesitaba saber, pero no considero que eso sea un plan. El texto mismo va sugiriendo que es lo que uno busca.


Se acuerda de su gato, lo llama. Me cuenta que está escondido en algún lugar de la casa, desde que se fue su hijo. Había estado de visita por unos días. Es físico y vive en México. La hija vive en Buenos Aires y es pintora. No tiene nietos.

***


Cuando escucha música, se dedica sólo a eso. Como si se tratara de una lectura. O de una escritura. O de un tejido.


Encontré la palabra: Tununa es minuciosa en todo lo que hace.
Siente preferencia por Bach. También por el americano Steve Reich, pionero en música minimalista. Está atenta a las presentaciones de Martín Bauer en Buenos Aires. Conoció a Dino Saluzzi (en una actuación en un bar de Palermo) hace unos años invitada por Nicolas Goyer, quien tradujo “En estado de memoria” al francés en el año 2004 para Sabine Wespieser Editeur. La editora decidió otro título para el libro: Mémoire argentine
Por las noches, en la cama, escucha FM Clásica.

***


Saco de la cartera mi ejemplar de “En estado de memoria”, el libro que refleja lo que Tununa sintió cuando volvió al país en 1987. Lo coloco en la mesa del living. Mi libro sí está repleto de marcas, anotaciones, bordes de páginas dobladas. Ella lo toma y observa en silencio.


Son relatos independientes: reflexiones, recuerdos, sensaciones del regreso. Un ejercicio de reconstrucción de la identidad. Un libro que requirió enfrentarse a un pasado que parecía destinado al silencio.


—Pienso que fue liberador porque estaba muy anudada. Había llegado a la Argentina y Buenos Aires o Córdoba eran lugares que descubría, como si no los conociera o recordara. Eso me provocaba sobresaltos diversos. También me afectó enterarme de los que ya no estaban o encontrarme con los que habían quedado. Me emocionaba ir a un acto en la Plaza de Mayo o a una marcha. Todo eso forma parte de ese regreso del exilio y yo tenía una terrible necesidad de soltar eso, de poder escribirlo, como si fuera un diario, una bitácora. Mucha gente tuvo un shock tan grande que se regresó después a México. Habiendo elegido volver, como se dice en el interior de la Argentina: no se hallaron. Y se fueron. Entre los que volvieron hubo padecimientos diversos, hay gente que se enfermó, se suicidó, enloqueció. Para nosotros fue un período muy interesante porque fue algo buscado, nos habían echado del país, yo quería volver, era un llamado, pero no como un deber, el país estaba en nuestra historia, en nuestra vida. Por supuesto que después de tantos años en México habíamos hecho nuestra vida allí, o sea que dejar México también fue duro.


Tununa sufre de gastritis emocional. Así define ella lo que le sucede a su estómago cuando está en estado de shock. Como cuando volvió a Argentina.
Tengo preferencia por un texto del libro “En estado de Memoria”. Se llama “Intemperie”. Le digo lo que creo: que al escribir acerca del hombre que vivía en el banco de la plaza,
escribía sobre ella. Los dos estaban en “la intemperie”, pero el hombre lo vivía como un estado natural, de elección.


—En esos días que yo empecé a escribir ese libro, no sabía si iba a ser un libro de impresiones, como una especie de diario, yo salía con mi perro a la plaza, ahí lo conocí a Andrés y ese vínculo se volvió muy obsesivo. En invierno, o días de lluvia, yo pensaba que pasará con este hombre, vivía en la plaza en forma precaria pero muy convincente, como alguien que jamás regresaría a vivir bajo techo, era su elección. Claro, es homologable el sentimiento de intemperie que yo tenía por el exilio. La intemperie es una categoría que está en el imaginario del que llega a un sitio que no conoce y regresa al país después de tantos años, hace que uno esté descolocado. Yo tenía una afinidad muy grande con ese hombre y sus situaciones extremas.


Después de publicar el libro, Tununa fue a buscar al hombre de la plaza y no estaba. Regresó un día, luego otro, y nada. Hasta que un día lo encontró en el patio de una escuela, en la calle Rodriguez Peña, era invierno, Tununa le preguntó qué hacía allí, el hombre dijo que se había ido de la plaza porque lo empezaron a perseguir y ahora era nómade dentro de la ciudad.


—Esa vez que lo vi en la escuela me dijo: “ya sé que Usted escribió un libro en el que aparezco”, entonces le digo: “es que justamente yo lo estaba buscando para darle un libro”. Le pedí que me esperara y fui a casa a buscar un ejemplar para él. Recuerdo que me pidió agua caliente para hacerse un té, que es lo que te piden los linyeras. Hay una leyenda, una historia lateral de un tiempo después, en la que Ricardo Piglia paseaba por una plaza y se cruzó con este hombre, que leía mi libro.


***

Siento que en pocos minutos voy a dejar ese living en penumbras y la música en la voz de Tununa (la misma que encuentro en sus textos).


Hay un último libro publicado por ella. Es una novela. El nombre me atrae: “Yo nunca te prometí la eternidad”.
Argumento: 1940, los nazis avanzan sobre París. Una madre y su pequeño hijo escapan hacia el sur para salvarse y buscar al padre, al marido. Ella es una activa militante antifascista; él ha sido brigadista internacional en la guerra civil española. El éxodo es desesperado: gente a pie, miles de vehículos. La carretera se bloquea y el camión que los lleva se detiene. La madre aprovecha para buscar agua y alimentos en un caserío cercano. De pronto oye caer bombas. Cuando regresa en medio de la estampida, su hijo ya no está. Empieza, entonces, una búsqueda angustiante, de pueblo en pueblo. “Yo nunca te prometí la eternidad” está basada en hechos reales, desencadenados por la guerra y el éxodo que lleva a sus protagonistas de Berlín a París, de España a Jerusalén y termina en el México de nuestros días.


Suceso generador: Un hijo le entrega a Tununa el diario que había llevado su madre durante la guerra.


—Yo empecé a leer esos diarios y dije, acá hay una historia increíble, es decir hay una novela en sí. Es la búsqueda del hijo perdido. Se fue encadenando en relación al relato que me hacía Pedro que fue el niño perdido. Él consideró que yo le estaba presentando a su madre, dijo: “la lograste a mi madre”. Esta es la parte novelística que yo fui puliendo y que fue creíble para su hijo. Eso fue lo mejor que me pasó. El hijo estaba sorprendido, no entendía cómo había hecho para seguir los pasos de la madre. Es una recreación, una investigación. Como ella llevaba un diario, hay datos que yo tomaba, me preguntaba por ejemplo, qué pueblo era ese, cómo había llegado ahí. Empecé a escribir a fines de 1999 y publiqué en el 2005.


***

No quiero irme sin preguntarle por sus proyectos de escritura.
En realidad, no quiero irme.


— Me gustó mucho este trabajo alrededor de gente real que tiene cosas para decir. Hubiera querido escribir la historia de un republicano español asturiano, algo que me había contado el director de una revista donde trabajaba. Yo le dije de ir juntos a España, a su pueblo, adonde estaba su gente, cuando él fue niño, me hubiera fascinado. Él no pudo ir. Fui yo. Cuando regresé escribí una nota que salió en nuestra revista sobre los encuentros con la gente de ese pueblo. La historia es muy interesante porque a los padres del director de la revista los mataron en el año 42 cuando ya la guerra había terminado, pero el franquismo siguió matando gente, al padre lo fusilaron. Este hombre que trabajaba conmigo, Don Ovidio, me confió algo una noche que me invitó a su casa. Cuando estoy por irme, me dá un sobre pero me pide que no lo abra hasta que llegue a mi casa. Tenía una hora de viaje porque era lejos, yo no me aguanté y lo abrí. Lo que él me estaba dando era la carta que escribió su padre a la familia la víspera del fusilamiento. La emoción fue muy fuerte, yo quería escribir esa historia pero al año siguiente, cuando volví a ver a Don Ovidio, había muerto.

Saco otro libro de Tununa de mi cartera. Ahora están sobre la mesa del living: “Canon de Alcoba” y “En estado de memoria”. Le pido que me los dedique. Ella sonríe y mientras escribe, aprovecho para dar una última mirada al departamento. En frente a una de las paredes de la biblioteca hay un escritorio pequeño, una silla y una notebook. Es donde escribe Tununa, pienso. Entre los libros.

***


Está contenta porque este año fue jurado en un concurso literario, participó en una mesa redonda en el Malba, brindó una conferencia en la Universidad Tres de Febrero, y un seminario de traducción.
Dice que todo eso la vuelve a colocar en el “reino de la escritura”.
A los 75 años desea seguir escribiendo textos que ella considera difíciles de catalogar porque no tienen el formato de la literatura que se premia o alcance editorial masivo.
Tununa es una narradora habilidosa y original. Ella inventa otra forma de decir. Su escritura llama la atención por su construcción y sensibilidad. Su estilo es una marca de identidad.