Calasso presenta un texto que coquetea con ser un libro de memorias; y como era de esperarse, está repleto de referencias que quedan entrelazadas con su historia personal de lecturas y ediciones. Sin embargo, hay ensayo en sus páginas evitando caer en una bitácora personal.

"La marca del editor", editada por Anagrama,  requiere de una lectura con esfuerzo, no hay ligereza en las menciones en las que Calasso saca a relucir todo su acervo. La figura de Roberto "Babi" Bazlen se pasea a lo largo de todo el texto como así también, entre otros,  la de Aldo Manuzio y Kurt Wolff, editor de Kafka.


El libro recopila conferencias, prólogos, artículos publicados en diversos medios y algunos breves textos inéditos que amplían el espectro de sus ideas haciendo del mismo, algo más que un mero rejunte de notas.

El primer tema que aborda Calasso es la noción de "Libro único",  encerrada en un aura de posibilidades como "aquellos (textos) que habían corrido un alto riesgo de no llegar a ser nunca tales".

Calasso insiste en recuperar una y otra vez la figura del editor en el arte de encontrar esas unicidades y dedica varias páginas a explicar qué es ser un editor y aclarando  "un buen editor".

Por momentos el autor entra en un gran soliloquio en el que revuelve mitos sobre el oficio y en especial sobre el avance de la digitalización de libros, sin hundirse en la polémica de apocalípticos e integrados. Aunque mordiéndose la cola con repeticiones, Calasso se cierra en un gran apartado para discutir con Kevin Kelly (por un artículo publicado en The New York Time Magazine) y el debate sobre si los libros digitales terminarán matando al libro en papel y achicando la figura del editor por sobre los agentes y distribuidores.

El debate sobre la "Biblioteca Universal" de Google se hace tan extenso que el libro pierde fuerza hasta llegar al segundo apartado y sus reflexiones sobre "La edición como género literario", un género "híbrido" y "paradójico", un "arte"  más relacionado con el prestigio que con el negocio. Calasso no peca de romántico pero entiende que "Publicar buenos libros nunca enriqueció a nadie".

Resulta llamativa la comparación, al menos la que puede observarse en la traducción de Edgardo Dobry, que Calasso realiza entre las editoriales y las serpientes. "¿Qué es una editorial sino una larga serpiente de páginas? Cada segmento de esa serpiente es un libro".  El editor podría ser pensado como ese encantador de reptiles que sabe identificar el libro que no publicará, el "equivocado" como "un capítulo equivocado de una novela, una articulación débil en un ensayo, una mancha chocante de color en un cuadro".

Calasso señala que la figura del editor en Italia cada vez está más oculta, una situación que no sería tan fácil de extrapolar a nuestra escena contemporánea literaria en la que cada vez más editores firman contratapas, presentan libros y juegan a cierta "militancia" de escritores.

El libro ofrece la riqueza que puede aportar Calasso. Resulta un tanto molesto, llamativamente en cuanto a edición, que se repitan muchas ideas que hacen que los apartados no dialoguen entre sí, haciendo que luzcan estancos- sin por eso perder actualidad- en el momento en el que fueron publicados.

En el tercer apartado, Calasso dedica apreciaciones personales e históricas  sobre los editores Giulio Einaudi, Luciano Foà, Roger Straus, Peter Suhrkamp, Vladimir Dimitrijevic como faros del oficio.

Finalmente, con un texto inédito, el italiano reflexiona sobre la edición sin pensarla como una "causa perdida" sino partiendo del faire plaisir, ese placer del conocimiento de estar ante un oficio que alza la bandera de ser una "causa difícil" en un universo literario que por momentos pareciera resquebrajarse ante la digitalización. En un mundo literario y editorial con una necesidad de evolucionar ¿hacia dónde? todavía está por verse.

La marca del editor de Roberto Calasso

Traducción de Edgardo Dobry

Anagrama, Colección Argumentos

Primera edición en Argentina, marzo 2015