Nos encontramos de mañana en un bar luminoso con humedad en ascenso;  Luis tiene el colorido libro sobre la mesa. Yo llevo Mundo cruel en la mano. Lo usamos para reconocernos, un distintivo de la charla.

Conversamos relajados, cuando llega el momento de los libros me cuenta que está fascinado con los textos de Federico Falco, Samanta Schweblin, Junot Díaz, Mario Bellatín, entre otros. Ahí, Negrón despunta su hilo de librero y me narra el goce de la lectura. Hay momentos que parece que está escribiendo mientras habla: "Vengo de un país chiquito, exuberante, el exotismo lo encuentro en otro lado. La sombra es nuestro petróleo".

Sonríe, es amable, está contento. Me dice: "Estoy aquí en Buenos Aires, vine con un  libro, esto no pasa siempre". Se le ilumina la cara y lentamente me acostumbro a su cadencia para hablar. Una oralidad que lleva directo a los once cuentos que componen Mundo Cruel, editado por Páprika. Cuentos de Santurce, en Puerto Rico, el barrio en el que vive Negrón y que recorre personajes e historias donde los prejuicios tienen una marca fuerte, las ironías, cierto humor, el crimen, los deseos y la compasión.

Negrón, a quien le recriminaron más de una vez que las voces de sus cuentos suenan todas parecidas, no parece preocupado sino todo lo contrario; está seguro de haberle escapado a los estereotipos, de haber trazado un pequeño mapa de cotidianidades en las que ser y gozar se imponen sobre el querer parecer y vivir en silencio.

Con el melodrama de Manuel Puig en la cabeza, textos breves y diálogos potentes Mundo Cruel funciona como una coralidad gay del barrio de Santurce en Puerto Rico.

— Mundo cruel fue publicado por primera vez en el 2010 ¿cómo fue el antes, el proceso previo, para llegar a ese relato y luego al libro?

— Fue un proceso sin presión, sin ningún tipo de expectativa. Yo soy librero y decía ¿para qué otro libro?; ¿qué hay que decir?. Y había algo raro, sentía que se cruzaba. Yo vivo de recomendar libros, de juzgar libros y me daba un poquito de vergüenza. Un día una amiga me dice, mira están buscando material para una antología de literatura gay, y yo me decía no lo van a publicar. Envié el cuento el último día.
Lo gay en nuestra literatura (puertorriqueña) era poco, había que ir a buscarlo. Estaba Manuel Ramos que había sido desafiante en la literatura homosexual, murió de SIDA. Lo dejó todo. Era un maestro no sólo de la literatura sino también del dolor. Un diario apoyado por la iglesia publicó una pequeña nota sobre mi cuento (Mundo cruel) que fue muy bien recibida. Luego ya había hecho el crossover,  me animé un poco más, fue encontrar el sentido entre los textos que tenía y así sucedió Mundo cruel. Trabajé con editores, uno me decía que el libro era demasiado puertorriqueño o demasiado gay. Lo de gay lo dejé pasar, porque al sobrevivir como un hombre gay tienes que obviar mil cosas; o dos mil. Es casi siempre un laberinto. El editor me decía con esto de muy puertorriqueño, en Uruguay no lo van a leer.



— Pero justamente la oralidad, ese Puerto Rico particular, es uno de los rasgos destacados de tus cuentos..

— Claro, y es intencional. Era una deuda. Es como el lunfardo aquí; una literatura que yo he leído, entendido. La palabra siempre tiene un registro importante, incluso muchas veces un sentimiento que se comunica y te da una clave de lo que se trata. Yo escribo y confío mucho en los lectores, en que participen. El lector ya tiene mucha información, más hoy en día. Con una pista, ellos llegan. Pato es gay, o roto en algunos países de Centroamérica, Playo en Costa Rica.



— Y no cediste con ese lenguaje que planteaste en el cuento Mundo cruel para el resto de los relatos...

— Era algo hermoso. Lo fácil hubiese sido explicar todo en mi lenguaje habitual. Me parecía más interesante crear un banquete con tres ingredientes. Una pelea con una palabra que se rompe, que se le añade otra, que tiene otro tono. Una palabra que también funciona como signos de pregunta, de exclamación. La palabra es más rica de lo que pensamos; eso es algo que me gustaba.

Yo vengo de una familia donde la carencia se muestra más en el vocabulario, un vocabulario menor, más chiquito. Gente de campo que hablamos mucho en la casa pero afuera callamos. Los puertorriqueños usualmente cuando salimos del país tendemos a querer hablar mejor porque creemos que no nos entienden pero sí lo hacen (se ríe). Una de las cosas que nos machacaban mucho cuando íbamos a escribir es el tema del lenguaje. Por ejemplo escriben "Vamos para la ciudad" y en Puerto Rico nadie dice la ciudad. Yo decía pues está bien escrito pero le falta resonancia, le falta el corazón. Deja que suene como es. Nunca fue una preocupación para mí el tema del lenguaje. Además cómo la gente habla te da mucha información de clase, de su psicología, de su carencias, de sus énfasis. Y no me gusta sentarme a escribir sobre un personaje con detalles. Yo aspiro a escribirlo en un trazo, así tener una idea de quién es. Los personajes están, no los introduzco, no los presento. También es una metáfora de que yo no quería presentar un mundo gay, tú no presentas lo que ya existe. No presentas la pobreza. Era una forma de decir aquí estamos y hace rato.



— Publicaste hace cinco años, luego vino la versión de teatro, la posibilidad del cine, la traducción en Estados Unidos y ahora en la edición de Páprika en Argentina ¿Cómo te llevás con las relecturas de tu texto?


— Será que cuando publiqué ya era un hombre de cuarenta años. Yo soy yo hace rato. Lo que escribo, lo que estoy escribiendo son las mismas preocupaciones, el mismo estilo. No me avergüenzo de mi estilo, me costó muchos años manejarlo. Vas a bailar y tenés un paso lindo y no lo cambias. La seguridad es muy importante al momento de escribir. Ahora mismo acabo de terminar un musical basado en El Jardín (relato que forma parte de Mundo cruel y en el que se narra el amor y la compañía a un enfermo de VIH). Al principio me mantuve bien cerca del cuento y poco a poco lo fui abriendo porque mandaba.



— En una entrevista previa dijiste que te sentías identificado con el personaje de ese texto ¿sigue siendo así?

— ¿Nestito? Sí (se ríe). Yo trabajo muy en secreto, no soy de esos autores que le da cada página a alguien. Soy muy complaciente sino termino escribiendo para el otro y no para mí;  entonces, pues, no es justo. Cuando ya soy capaz de defenderlo, de poder negociarlo, lo suelto. Tengo una novela en la cabeza que no ha leído nadie. Con El Jardín ya lo veían.  Pero volviendo a Mundo cruel, la obra, fue un éxito en Puerto Rico, la gente se quedaba afuera para verla; algo pasó. Una máquina bonita. Si bien no hice la adaptación, estuve muy de cerca. También yo participé en el cuento de Guayama lo hicimos en bachata, en musical. Yo todavía me divierto con Mundo Cruel, no me canso.

También esta manilla de un libro por año. Yo digo un libro por año hace daño. Ves escritores maravillosos cómo va cayendo en esa exigencia del mercado para mantenerse en la mente de otro. No me gusta mantenerme con exigencias sino con el recuerdo. Sé que pasaron cinco años. Me gusta descansar un libro, me gusta que se vea fácil. Soy bien feliz escribiendo. Aprendí a escribir primero de pequeño, la vida que nos tocó vivir con mis hermanos fue ir recreando; así que no es fácil pero yo confió en el oficio. Yo aspiro a lo que no sé, y lo que sé lo uso. No me canso.



— También alguna vez dijiste que escribís para "ser esa loquita que resiste" ¿ante qué?; ¿Mundo cruel son ficciones de resistencia?

— Son muchas resistencias. Usualmente me da pena la llamada "cultura gay", yo creo que es más que todo un mercado. Hay quien dice que "lo gay" es un invento neoliberal, bla, bla. No es que yo me atreva a decir eso. No me gustan las contundencias, pero sí hay cosas que tú oyes como "yo veía la tele y todos los personajes eran afeminados"; sí hay una cosa que es la mofa. Ser afeminado no es un problema, por eso yo hablo de loquita. Gracias a ellos, a los que no tenían derechos,  tenemos hoy derechos. Hasta hace poco no valíamos nada. Me imagino que hay hogares aquí en Buenos Aires, como en Puerto Rico, en los que  todavía hay instituciones que son duras, violentas como la familia, la Iglesia. Nosotros no vivimos en un juzgado, no vivimos con un abogado al lado. Quienes no tenían nada fueron lo que lo dieron todo. Y me pasaba que sentía que los habían borrado, caído en estereotipos. Un hombre heterosexual, un macho, también es una idea construida. A mí no me importaba, muchos me han dicho que es un libro homofóbico.



— Generalmente negociamos desde los prejuicios, ¿qué sentiste ante eso?

— Muchos quieren que presenten a los gays como santos. Muchos creen que si en una película un gay mata a otro, empiezan con "nos están representando a todos así"; eso es absurdo. Cuando te portas bien, chévere... cuando haces algo mal ahí viene la crítica "ya sabía, maricón". Yo no creo que tenga que comportarme súper bien, o re bien como dicen ustedes, para tener un espacio en el mundo. Yo puedo fallar, soy humano. No somos ángeles. Me gusta allá en el barrio, veo a la loquita menando las caderas, desafiante; tal vez se puso lo que tenía en la casa. Se arregló porque se siente linda, y tú sabes que en su fealdad va ir caminando... eso es una revolución. Duele, incomoda y aguanta. Aguanta. Admiro mucho a esos personajes. Siempre hay una negociación. Yo hago mi paraíso aquí, yo voy a vivir. Si hay algo que nosotros siempre hemos procurado es gozar. No importa cómo.



—Vos decís que el placer, el goce son formas de resistencia...

— Lo es, lo son. Ayer alguien me contaba de un tío que había vivido toda la vida en el clóset, y que ahora tenía un restaurante. Y me puse a pensar que tal vez ahora cogía con el mesero (se ríe). Es lindo, ese espacio es tuyo; el cuerpo es tuyo. No eres marginado en tu cuerpo. El placer es  libre, aunque estés preso. Tal vez es por eso que el sexo sea tan importante para nosotros, no permitir que las estructuras de la sociedad intervinieran en un nuestro espacio. La gente dice que somos promiscuos, no; somos gozosos.  Nosotros somos buenos en la cama, sobresalimos ahí (risas).



— Te llevo a tu terreno como librero en el que no te expresaste como  fanático del libro electrónico...

— Es que eso no es un libro, es una página web, un documento.

— Categórico...

— Es que hay que mirar el número, las ventas. Te voy a dar mi opinión, fíjate dónde está la gente. He leído dos libros electrónicos porque necesitaba información. Los libreros tenemos en las casas bibliotecas muy pobres, porque la felicidad está en ofrecer esas lecturas. Estuve buscando por años un libro y me decían está en el pdf, pero yo tengo paciencia. El libro es una marca, nosotros para encontrarnos aquí usamos el libro para vernos. 
Entiendo la movida de lo digital, pero una cosa es la literatura y otra cosa es un libro. La literatura se puede reproducir hasta en una pared y no deja de ser literatura. Es una tecnología, el libro, que ha sobrevivido más de 500 años y funciona, no es algo del pasado. Los jóvenes todavía lo buscan.


— ¿Y cómo ves el mercado editorial en Puerto Rico?

— Nuestra historia es la del libro de autor, pasamos de eso a tener unas editoriales bastante importantes. Editoriales que necesitaban mucho de que se asignen libros como textos escolares. La gente todavía lo que más consume es la literatura local. Estamos en un momento bien estimulante, la gente se pone bien creativa para agarrar al lector. Se están publicando muchas cosas buenas, como Rómulo Gallego... ahora lo ves a él.
También la crisis de las grandes editoriales ha sido también beneficioso, ahora puedes ver publicaciones independientes al lado de los grandes. A las librerías vas a procurar un libro, que te lo despachen o a ver.

Ayer estuve de visita en varias librerías de Buenos Aires y lo que tiene de lindo aquí son los libreros. Hay que cuidarlos. Son unos románticos. Los libreros son un gran tesoro. Me pareció bien lindo que Páprika me llevara a verlos, es un gesto de respeto. Tan lindo. Tener una librería es un acto de amor, es frágil. Ver Mundo Cruel en todos lados fue hermoso. Pensé si salen todas las reseñas mal no importa, el libro está en las librerías, estamos vivos, estamos en batalla.

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Mundo cruel, de Luis Negrón

Cuentos

Editorial Páprika, 2015

96 p.