París transita una de esas tardes veraniegas en las que el sol se cuela violento entre nubes grises y cargadas de agua. El ozono se huele en el aire, todos notamos que hay una lluvia en ciernes. Hay pasos apurados que buscan aprovechar el momento de buen clima y otros más resignados con paraguas en mano.

El cementerio de Montparnasse está emplazado en plena ciudad europea, como en la Recoleta, con muros altos que dejan traspasar el silencio sobre el acaudalado barrio.  Las tumbas son sencillas y muy parecidas entre sí. El mármol blanco crea un efecto extraño sobre el suelo cubierto con vegetales que se nutren de la humedad del lugar.

Abro la guía y trato de seguir las "instrucciones" sobre cómo llegar a la tumba de Julio Cortázar. Instantáneamente me pregunto ¿Por qué quiero ir a ver una tumba? Será, tal vez, por que a los catorce años cuando leí "Historia de Cronopios y famas" fue cuando me di cuenta que existía otra forma de hacer uso de las palabras en la escritura. Y creció una admiración que el tiempo no horadó.

Después de perderme por los pasillos angostos- me es imposible mirar lápidas y no imaginarme las posibles historias que hay detrás-  me crucé con unas turistas que parecían alemanas y que venían charlando emocionadas. Una de ellas llevaba un libro del que sólo alcancé a leer Julio. Una pista para saber cuál era el camino.

Hasta que finalmente la encontré, la ví a la distancia, flores, libros, piedras, cigarrillos, objetos varios y un numeroso grupo de turistas. Miré la hora, miré las nubes y pensé: "Tengo tiempo". Así que me senté a esperar a que los visitantes fluyeran.

La espera fue breve, con pasos cortos me acerqué a la tumba de Julio Cortázar y quedé anonadada ante las escrituras sobre el mármol blanco. No importaban los libros abandonados y mojados, las flores frescas y pútridas, un cd de jazz, los lápices, las plumas de fuente, las cartas y las decenas de objetos. Me era imposible dejar de mirar  lo escrito sobre su tumba, no me esperaba ese acto de "invasión literaria".

"Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan" se leía clarito en color azul. Había muchos fragmentos de "Rayuela", algunos de "Historias de Cronopios..." , ideas sueltas, dedicatorias e incluso pedidos, como si se tratara la tumba de un santo literario. Los idiomas se multiplicaban a medida que una aguzaba la vista y podía descifrar entre las escrituras recientes y las tintas más traslúcidas borradas por el tiempo y la mano humana.

No pude evitar emocionarme. No puedo dar explicaciones pero estar en esa tumba y entender como hay cientos y cientos de personas que pasan a dejarle su pequeño homenaje me hizo pensar que tal vez no se acerquen a decirle "adiós", tal vez sea una manera de saludarlo como si se tratara del viejo amigo que siempre va a estar en los estantes de nuestra biblioteca o en los recuerdos literarios de nuestra memoria.